Jesús increpó al demonio, y salió; en aquel momento se curó el niño.
Es palabra de Dios
REFLEXION
La liturgia de la palabra de hoy nos introduce dos temáticas esencialmente relacionadas, a saber la religación que da sentido al ser religioso del hombre, y la fe como expresión y contenido de esa religación. El primer tema está exhortado de manera explícita y contundente en el texto que tal vez mejor lo presenta en la Biblia, esto es, en Dt, 6; el segundo tema es claramente la cuestión tratada en el relato evangélico de hoy. El que ambos temas se remiten mutuamente se explica en el hecho de que el supuesto de la fe religiosa es la religación tal y como la expresa Dt 6 e, inversamente, en el hecho de que la explicitación vital de esa religación sería, en la compresión evangélica, la fe. Ahora bien, ¿qué peculiaridad presenta la visión cristiana de la fe según este relato? Para verlo, podemos ir analizando el mismo. Para ello voy a tener que hacer uso del texto bíblico original que no omite el comienzo de la unidad literaria, pues es ahí justamente donde comienza el sentido de la misma. Dice así: “Cuando llegaban a donde estaba la gente, se acerco un hombre, que se arrodilló ante Jesús, diciendo…” Esta frase nos señala un doble movimiento de encuentro: hacia la gente y desde la gente. ¿Quién hace el movimiento hacia? Los discípulos, la Iglesia, en su misión en cuanto portadora de Jesús, esto es, en cuanto intermediadora de Dios y la Humanidad. Por su parte, ¿quién hace el movimiento desde? Todo aquel que busca a Dios, representado en un hombre, aquel hombre, que tiene un hijo de sus entrañas, esto es, su ser interior, enfermo, desconcertado en su búsqueda, que no encuentra reposo y busca sanación-salvación. Este ha buscado redención en el remedio “oficial”, que pasa por la purificación: purificación interna (“fuego”) y purificación externa (“agua”) y no ha hallado sanación; purificación no es, pues, salvación. Ha buscado también remedio acudiendo a la Iglesia (“he acudido a tus discípulos”) y tampoco ha encontrado alivio. Esto es, tampoco ha encontrado el objeto de su búsqueda vital, que es Dios. La increpación que recibe, “generación incrédula y perversa, ¿hasta cuándo tendré que estar entre vosotros y soportaros?”, es un texto mateano de notable resonancia profético-veterotestamentaria, que expresa la idea de la forma de presencia de Dios en medio de la gente, pero de forma negativa, es decir, señala lo que no es presencia de Dios: en primer lugar, ya no está en el Templo (el culto sacerdotal, sacrificial y purificatorio no salva), que ha sido sustituido por Jesús mismo, verdadera intermediación y sacramento de Dios y su salvación; pero tampoco está ya el mismo Jesús en persona, pues ha muerto, resucitado y ha sido exaltado; en su lugar ha dejado a sus discípulos, a la Iglesia, como intermediación, como sacramento de salvación. ¿Podéis creer esto, el que hombres como vosotros significan ahora la presencia de Dios, de Jesús muerto y resucitado, o seguís en la incredulidad? El relato de Mateo denuncia por todas partes falta de esa fe: en primer lugar falta de fe de la gente en la misión y condición intermediadora – salvadora de la Iglesia, presencia de Dios para el mundo, mundo que sigue buscando y sufriendo (“acudí a tus discípulos pero no pudieron”). Pero lo que es más grave: Mateo denuncia la causa de esa falta de fe de la gente en esa intermediación (“¿por qué no pudimos?”): la causa radical de la incredulidad, de la duda, de la incertidumbre, de la falta de confianza de que efectivamente la Iglesia signifique presencia de Dios y respuesta a la búsqueda del hombre es justamente la incredulidad, la duda, la incertidumbre y al fin, la falta de confianza originaria de la misma Iglesia, desde sus mismos orígenes. No en vano, debemos notar como Mateo sitúa estratégicamente este relato entre, a saber, los dos primeros anuncios de pasión, la transfiguración y la confesión mesiánica de Pedro, previa esta ultima a esta sección literaria que nos ocupa. Esto es, las grandes dudas que han aquejado a la Iglesia desde sus comienzos: la decepción por la muerte de Jesús, con la negación a asumir su fracaso; la resurrección y exaltación de Jesús, que tantas y tantas controversias en torno a la identidad de Jesús habría de suscitar; al fin, la mítica confesión de Pedro, que legitimaria la misión de la Iglesia, pero que habla más bien de los grandes conflictos y polémicas internos dentro de la Iglesia desde sus orígenes, tanto en torno a la cuestión de la autoridad interna, como del contenido de la creencias en torno a quién es Jesús y cuál es la identidad, lugar y misión de la comunidad. La Iglesia se mueve en el terreno de la incertidumbre en su teoría y en el de la incoherencia en su praxis. Es aquí donde adquiere sentido el contexto del relato como una exhortización, la cual ha de ponerse en relación con el diálogo Pedro-Jesús del primer anuncio de pasión, en el que Pedro es rechazado como “Satanás” por Jesús. Pedro (los discípulos en general, la Iglesia), pues, no puede expulsar al demonio de nadie porque el mismo está aquejado de la misma enfermedad y ha de ser él mismo previamente sanado del mal que le aqueja. Una Iglesia que no cree o cree malamente, ¿estará acaso en disposición de prestar su fe a otros? Y si la fe, según Pablo, es la condición de la salvación, ¿puede en verdad esperarse salvación de una Iglesia aquejada de problemas de fe en su doctrina y, particularmente, en su praxis, tal y como denuncia Mateo? |