Después que la gente se hubo saciado, enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron a todos los enfermos.
Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.
Es palabra de Dios
REFLEXION
La fe, ante todo y sobre todo, es confianza en Jesús, el Hijo de Dios. Si no hay confianza en él, no hay cristiano. Todos los signos prodigiosos que realiza no buscan impresionarnos, dejarnos con la boca abierta, sino ganar nuestra confianza. Si se acerca a sus discípulos de madrugada, después de una noche de oración, andando sobre el agua, si sostiene al dubitativo Pedro caminando por el agua… es para que después de la admiración primera aterricen en la confianza.
Confianza para que le crean, le creamos, todas sus palabras, cuando nos habla de su código de felicidad, del dinero, de la entrega de la vida, del futuro que nos espera, de su amor hasta el extremo hacia nosotros…y su invitación a no tener miedo ante todas las tormentas y olas de la vida porque él está siempre con nosotros. “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”.