En el evangelio de este domingo encontramos a Jesús, como tantas otras veces, orando a solas a su Padre. Ora después de haber despedido a la gente. Ora mientras sus discípulos atraviesan el mar hacia la otra orilla. Ora mientras, en su travesía, la barca de sus seguidores va siendo zarandeada por las olas. Ora mientras va ocultándose la luz y cuando ya está bien entrada “la noche”.
No sabemos el contenido de la oración de Jesús, pero es en ella y por ella que se va disponiendo siempre a lo que viene. Hoy, va al encuentro de los discípulos en medio de la noche, las olas y el viento, es decir, en medio de todo aquello que atenta contra la paz, la confianza, la estabilidad. Jesús sale al encuentro de los suyos y “camina” sobre aquellas realidades que pueden resultarnos amenazantes.
Sin embargo, no siempre estamos a tiempo para distinguir su presencia en medio de nuestras oscuridades y tenemos que hacer un ejercicio de discernimiento, de limpiar la mirada y abrir el corazón para descubrir su voz invitándonos a no tener miedo. ¡Pero esto no nos basta! Tan necesitados como somos de constatar su Presencia, sobre todo en los acontecimientos difíciles de nuestra vida, le pedimos “una prueba de que es Él”: «Señor, si eres tú mándame ir hacia ti sobre las aguas», exclamó un Pedro incrédulo.