En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».
Fariseos y saduceos, las dos sectas dominantes del pueblo judío, buscan como deshacerse de Jesús y las trampas que le tienden son continuas. La pregunta proveniente de un experto en la Ley, es una provocación buscando que Jesús diga alguna inconveniencia y tener un apoyo en la maldad que quieren cometer contra él.
No parecen espabilar: Jesús les ha dejado en ridículo con el pago de los impuestos al Cesar romano; han recibido un buen varapalo en la parábola de los invitados a la boda; ha hecho callar a los saduceos con el tema de la resurrección de los muertos. Y ahora preguntan por el mandamiento más importante de la Ley.
La respuesta de Jesús es obvia e inmediata: no podía ser otra que pregonar que es el amor incondicional y completo a Dios el primer y, tal vez pudiéramos decir, único mandamiento, pues todos los demás están en él fundados. Ya el mismo nos ha dicho que el amor a Dios solamente se puede realizar a través del amor al prójimo. (Mt, 10).
La Ley judía ha ido amontonando precepto sobre precepto hasta superar los seiscientos y el amor a Dios se ha ido quedando pequeño, semioculto, enterrado entre tanta hojarasca y el amor al prójimo se oculta sin problemas porque es más exigente y pide disponibilidad hacia los demás y eso es algo que los “importantes” tratamos de olvidar.
El amor al prójimo nos exige hacernos presentes con ellos y en ellos, y eso, a nosotros, los puros, los cristianos de siempre, nos cuesta demasiado porque implica desprendernos de nuestra acomodada y tranquila situación, trastocar nuestras ideas, para acercarnos a los más pobres, a los afectados por alguna tara o enfermedad. A los prójimos ricos, cultos e importantes no tenemos problemas si están cercanos, pero los pobres huelen mal, con frecuencia a vino barato, y tratamos de separarnos de ellos.
Y Jesús nos da una buena reprimenda, si queremos escucharle: El amor a ese prójimo despreciado es semejante al amor a Dios.
Amemos a Dios sobre todas las cosas, pero no olvidemos que el amor a Dios está unido indisolublemente al amor al prójimo, sin que podamos elegir o discriminar quien pueda ser nuestro prójimo.
¿Seremos capaces de encontrar a Dios y al prójimo en nuestro vecino o en ese mendigo o inmigrante que estamos viendo amontonado con otros prójimos iguales en una patera?