Este pasaje resulta, para mí, muy chocante y sorprendente. Surge en mí la duda si serán palabras pronunciadas por Jesús. De Jesús siempre hemos oído, leído y experimentado que era una persona tranquila, serena, siempre haciendo el bien y nunca tratando de romper lazos, sino de unir y sanar nuestras relaciones, y aquí habla de enfrentamientos. ¿Qué querrá decirme y decirnos Jesús? Parece dar la razón a lo que afirman muchas personas: “de política y religión no se puede hablar, pues provocan discusión, enfrentamiento y rupturas, sobre todo familiares.
El símbolo, usado por el evangelista, es muy sugerente, pues, por una parte, destruye y por otra renueva, ya que renace de nuevo lo que se ha quemado, y a veces, con más fuerza y vigor. La actuación de Jesús, su valentía, su libertad, me hacen pensar que el amor que tenía a su padre Dios y su deseo de hacer y cumplir con su misión, era como un fuego que le ardía en el corazón y está deseoso que arda en todo el mudo. ¿Cuál es ese deseo?
Pienso, sinceramente, el deseo es restablecer unas relaciones humanas rotas con nuestra actuación. Restaurar la imagen de Dios, que tenían y a veces tenemos, como Él nos manifestó: el Padre-Madre bueno que quiere nuestro bien, que perdona y nos acompaña. Restablecer la dignidad de todas las personas, muy viciadas entonces y ahora, y manifestar su importancia y su categoría de hijo-hija de Dios. Quemar todo aquello que perjudica e impide, en los pueblos y sociedades, unas relaciones más justas y más pacíficas, para que broten unas relaciones más sanas.
Creo que yo y muchos como yo queremos que éste deseo del fuego de amor que anida en el corazón de Jesús, que arda en el mundo. Que queme y destruya todo lo que perjudica unas relaciones más humanas, más justas, más amables, y que nuestra sociedad tenga calidad de vida humana en todos los sentidos. Se lo pido a Jesús.