En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis mausoleos.Por eso dijo la Sabiduría de Dios: “Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos de ellos los matarán y perseguirán”; y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario.
Sí, os digo: se le pedirá cuenta a esta generación.
¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido! ».
Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, tendiéndole trampas para cazarlo con alguna palabra de su boca.
Si por un momento contemplamos las noticias que se van generando en el día a día da la sensación como si el mundo hubiese perdido el norte y el ser humano se encaminase a su propio exterminio. Ya ni nos causan mucha sensación el hambre, los desplazamientos de tantas personas buscando un futuro, las guerras, incendios, violaciones en masa… Como si en toda casa de vecino hubiese corrupción y la mentira e hipocresía hubieran venido para instalarse definitivamente en nuestras vidas. Salvando las distancias, el contexto que se encontró Jesús, debía tener mucho de esto para lanzar esos «ayes» al auditorio.
Una de las acusaciones que Jesús hace a los fariseos tiene que ver con el caso omiso que hacen a los profetas. Muestra como si estuvieran bajo los efectos de una anestesia o tan acostumbrados a las creencias de sus rutinas, que han perdido la capacidad de escucha, la capacidad de juicio, la capacidad de diálogo con algo que es contrario a sus planteamientos.
La figura del profeta es necesaria en todos los tiempos como esa señal que trata de dar luz a nuestra existencia. La voz del profeta resuena con fuerza para despertar la conciencia que con facilidad se duerme para llevar una vida más acomodada. Por ello, la misión de esa voz es lanzar la verdad a los vientos. Verdades que en muchas ocasiones son incómodas, sobre todos porque van referidas a nuestras actitudes ¿Quién vive coherentemente su fe en Dios? Así lo expresa el salmo ante la grandeza del amor de Dios y la conciencia de pecado que siente el discípulo: «Si llevas cuenta de los delitos ¿Quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón». Por tanto, ese grito trata de llevarnos a la conversión en los pequeños gestos, palabras y acciones cotidianas.
El profeta alza la voz con una serie de claves, pistas, pautas, para que se cumpla el mandato principal de la ley de Dios: «Como yo os he amado». Ese eco resuena en nuestro interior. Nos cuestiona. Muchas veces la fe en Dios no va unida realmente a las obras que realizamos. Esa «Palabra de Dios» viva y eficaz quiere fecundar tu alma. Quiere que reconozcas a Jesús como el Mesías, Salvador y lo pongas en el centro de tu vida. Desde ahí, se da la escucha, la conversión y una actitud de vida coherente con la enseñanza evangélica.
La otra acusación que Jesús echa en cara a los fariseos tiene que ver con la ley. No se trata de observar escrupulosamente, con afectación y golpes de pecho, realizar todo un ritual externo de cumplimiento de preceptos. Fe y vida deben de llevarnos a un compromiso espiritual, el mandamiento, precepto, hace en nosotros una transformación interior. Sabemos que somos frágiles y que continuamente tropezamos por la debilidad de nuestra condición humana, sin embargo, nuestra vida no puede estar marcada por la hipocresía, mentira, corrupción. Con el querer quedarnos con las llaves de nada, para decidir quién es digno de que se le abra una puerta y a quien se le cierra.
El fariseo representa a ese grupo que guarda escrupulosamente la ley, por tanto, alguien que es un entendido, que puede llegar a creerse sabio ante las cosas divinas y con un poder absoluto para hacer una criba entre los que cumplen y los que no cumplen. Unos son buenos porque llevan a «raja tabla» esa lista interminable de preceptos y los otros no son aptos para beneficiarse del abrazo de Dios. El juicio le toca a Dios que escruta los corazones y a nosotros nos toca como dice la frase del Evangelio dar cuenta de nuestras acciones. Dicho de una manera más poética: «Al atardecer de la vida, me examinarán del amor». Si ofrecí el pan al hambriento, si en mi hogar le quise acoger, si mis manos fueron sus manos… Hoy día no está muy de moda la responsabilidad de nuestras acciones, poco a poco perdemos la capacidad de autocrítica, la culpa siempre la tienen los otros. Sin embargo, cada acción que hacemos tiene una consecuencia, que seamos capaces de obrar según el Maestro de Nazaret: «Como yo os he amado».
Fray Juan Manuel Martínez Corral O.P.Real Convento de Nuestra Señora de Candelaria (Tenerife)