Mediante su capítulo 53 el profeta Isaías ofrece uno de los textos más utilizados por la Iglesia en la celebración del Viernes Santo. En la distancia de los siglos ofrece uno de los fragmentos que se acercarán con mayor precisión a lo que sucederá en la pasión del Señor y el sentido salvífico que Jesús da al sufrimiento. Llenará de misericordia la tierra y librará de la muerte.
Es el Sumo Sacerdote que ha atravesado el cielo y señalado el camino a la humanidad para que mantenga firme la confesión de la fe (Hb 4, 4-16). Fue probado en todo, como nosotros, menos en el pecado.
No solo con sus palabras, sino con el ejemplo ha mostrado que su camino es el del servicio verdadero a todos. Tal es el recorrido que han de hacer también sus seguidores. El cristianismo tiene una moral propia que coincide con la única que conduce a la vida. No lo es la del egoísmo, la de levantar murallas, la que pugna por alcanzar el poder para dominar a los demás, la que pretende conseguir el dominio sobre los otros para sojuzgarlos, la que se reduce a visionar únicamente los lindes terrenos y a los pudientes según el mundo, la que no busca el bien que parte de Dios. La moral de la nueva Ley es la del amor que pide la entrega de la vida haciendo el bien a muchos, viendo en todo el género humano el rostro de Cristo.