En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
Y el ángel se retiró.
La alegría inunda las lecturas, como un nuevo amanecer que se despereza al compás de una fiesta que se enraíza en un jardín de rosas. La devoción del Rosario, con tantos siglos de historia y tan arraigada en la religiosidad del pueblo cristiano, es una forma de oración asequible a todos los que nos ayuda a contemplar, con la mirada de María, los misterios de la vida del Señor para identificarnos con Él y ser cada día mejores discípulos suyos.
En este camino de unión con Dios, la Virgen María es nuestra maestra, por su docilidad a la Palabra. Y la oración del Rosario el modo más sencillo para contemplar con los ojos de María los Misterios de la vida, muerte y resurrección de su Hijo. Oración que nos hace contemplar a Cristo a partir de la experiencia de María.
Hoy siguen resonando como nuevas las palabras de San Juan Pablo II al afirmar que el Rosario nos ayuda a recordar, configurarse, rogar y anuncia a Cristo con María y comprender a Cristo desde Ella. Recordar no es sólo, mirar al pasado con nostalgia, sino actualizar permanentemente un acontecimiento de salvación. María, en el Rosario, nos va llevando de la mano hacia esos acontecimientos salvadores, para experimentar en nosotros la salvación y abrirnos constantemente a la gracia que brota de ellos. Con María, nos hacemos contemporáneos de esos misterios que dan sentido a nuestra vida y nos van haciendo crecer en la fe. En el recorrido espiritual que hacemos en el Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo, en compañía con María, este ideal de configuración con El se va consiguiendo a través de una especie de asidua amistad, de repetición amorosa, que nos va metiendo de un modo que podríamos llamar natural en la vida de Cristo. Nos mete en una atmósfera en la que casi de forma imperceptible nuestra mentalidad se va aproximando cada vez más a su mentalidad y a sus sentimientos. El Rosario es a la vez meditación y súplica. María apoya nuestra oración con su intercesión materna. Esa plegaria insistente del avemaría que se va repitiendo una y otra vez se apoya en la confianza segura de que Ella con su intercesión lo puede todo ante el corazón de su Hijo. El Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización en el misterio de Cristo es presentado continuamente en los diversos aspectos de la experiencia humana. La contemplación de los misterios de Cristo llena de contenido y de esperanzas esos diversos momentos de nuestras experiencias humanas.
Como dominico llevar el rosario colgando de la parte derecha de mi hábito muy cerca del corazón, escuchar el sonido alegre de sus cuentas al hacer camino me lleva a comprender a Cristo desde María. No basta con aprender las cosas de El, su enseñanza, lo importante es comprenderle. Entrar en su intimidad. Conocer sus sentimientos. Identificarnos con su misión. Y nadie como María puede ayudarnos a comprender a Jesús. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a su escuela para conocer a Cristo, para penetrar en sus secretos e intimidades y para entender su mensaje.
Necesitamos ir con asiduidad a la escuela de María, la esclava del Señor, la del eterno Magnificat, la alegría y el gozo de Sión.