Cuando la mirada se aparta de la verdadera riqueza, los enfrentamientos por causa de los bienes materiales provocan descomposición de la unidad querida por Dios. A Jesús le pide uno, que intervenga a su favor para que su hermano reparta la herencia con él. La respuesta de Jesús es clara: No es juez ni árbitro entre ellos. Lo que sí hace es ofrecer una enseñanza, sentar un principio que rija la conducta del ser humano en relación con los bienes materiales. “Guardaos de toda clase de codicia”. Dios sabe que necesitamos las cosas materiales para la subsistencia. La codicia es una deformación del ser humano que se traduce en acaparar, atesorar para sí, olvidando e irrespetando los derechos de los otros sobre los bienes de la tierra. La parábola es iluminadora. La seguridad no la dan los bienes materiales, aunque parezca mentira, sino el compartir con los otros. Es lo que se nos dice al final:” Así es el que atesora para sí y no es rico para Dios”. ¿De quién será todo lo acumulado? Buena es la pregunta, porque cuestiona los criterios que rigen nuestras actuaciones. Lo tenemos casi todo y miramos poco por el que está a nuestras puertas, esperando un gesto que le ayude en su desolación. Ese gesto hecho realidad en el compartir lo que tenemos, es calificado por Jesús como “ser rico para Dios”. La mayor tentación de nuestros días es considerar que nada podemos hacer para resolver los problemas que padece la gente a nuestro lado. Es necesario preguntarse: Jesús con su pobreza a todos nos enriquece ¿qué puedo hacer yo por los demás? ¿Qué quiero hacer por ellos? |