En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y
desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ázimos se acercaron los
discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena
de Pascua?»
Él contestó: «ld a la ciudad, a casa de Fulano,
y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la
Pascua en tu casa con mis discípulos."»
Los discípulos cumplieron las instrucciones de
Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.
Mientras comían dijo: «Os aseguro que uno de
vosotros me va a entregar.»
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle
uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?»
Él respondió: «El que ha mojado en la misma
fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está
escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le
valdría no haber nacido.»
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a
entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?»
Él respondió: «Tú lo has dicho.»
REFLEXION:
En el Evangelio de hoy la
traición, como asunto central, oculta un hecho importante: la preparación de la
cena. No es una cena cualquiera. Es la última cena y da la impresión de que
todos los protagonistas los saben.
Los
discípulos han vivido con Jesús durante los últimos años. No ha sido solo su
maestro sino algo más. Le han seguido por los caminos polvorientos de Judea,
Samaría y Galilea. Han escuchado sus palabras. No han entendido todo lo que ha
dicho pero saben que Jesús no es un predicador más. Hay algo diferente en él.
Más allá de sus palabras han visto su forma de estar, de relacionarse con los
que sufren, con los oprimidos por el mal y la enfermedad. Se han dado cuenta de
que su presencia era sanadora y que abría caminos de esperanza para los que
sólo tenían un futuro negro, oscuro e incierto por delante.
Ahora saben,
aunque no se atrevan a decirlo, que esa historia está a punto de terminar. Y
que la cena de Pascua que se avecina no va a ser una mas de las que han venido
celebrando todos los años. No va a ser diferente por la comida sino porque
saben que algo se va a romper para siempre. La cercanía con Jesús, su maestro y
señor, se va a quebrar. Hay nubes de tormenta en el horizonte. El que ha sido
creador de esperanza y vida para tantos, tiene la muerte acechando en su propio
horizonte. Por eso la cena que van a preparar no es normal.
También
Judas sabe que va a ser la última cena. Él se va a encargar de cortar esa
historia, de romper las esperanzas y el futuro. Quizá porque no ha entendido
nada. Lo que él esperaba ve que no se va a hacer realidad. No tiene sentido ni
seguir a Jesús ni seguir con Jesús. Judas es el hombre sin esperanza que en su
desesperación en lugar de agarrarse al que le puede salvar decide abandonarle,
traicionarle. Si no hay salvación para él, que no la haya para nadie. ¡Qué
error más grande!
Nosotros
sabemos ahora que esa última cena culminará en la resurrección, en el amanecer
de una nueva vida y de una nueva esperanza. Pero hay muchos que viven en la desesperación
más absoluta. Hoy es un buen día para acordarnos de ellos en nuestra oración. Y
si a alguno conocemos, de acercarnos a él o ella y, con nuestra presencia,
abrir un hueco para la luz y la esperanza en medio de su noche. No se trata de
acusar y condenar sino de tender la mano y salvar.