En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían:
Palabra del Señor
REFLEXION:
o, como manso
cordero, era llevado al matadero”. Ayer vimos cómo Jesús sabía lo que
iba a pasar con Él y, sin embargo, fue capaz de ir hasta el final. Es la
actitud de muchos mártires, a lo largo de toda la historia. Personas capaces de
morir por un ideal, por su Dios.
La persona de Jesús
suscitaba muchas dudas. Nadie había hablado como Él. Nadie había realizado los
milagros que Él realizó. La gente estaba desconcertada. Algunos querían creer,
pero tenían miedo del “qué dirán”. Otros, quizá, no querían romper con todo lo
que habían vivido hasta entonces. Es muy difícil hacer cambios tan radicales en
la vida personal. Siempre se pueden encontrar excusas (¿de Galilea va a
venir el Mesías?) para seguir como hasta ahora. Y estaban los peores, los
que sabían la verdad, y por eso querían matar a Jesús.
Los guardias del
Templo reflejan el desconcierto general. “Nadie ha hablado jamás como este
Hombre”. No saben qué hacer. Los protagonistas de este fragmento del Evangelio
de hoy se fueron cada uno a su casa, esperando mejor ocasión.
Estas historias nos
pueden resultar más o menos interesantes, y relacionadas o no con nosotros.
¿Qué pasa con cada uno de los que escuchamos hoy esta Palabra? ¿Cómo actuamos
(o no) en nuestra vida? Podemos ser de los que quieren seguir a Jesús, pero nos
asusta lo que pueden pensar los demás. Y eso nos limita bastante. Somos
cristianos, católicos practicantes, cuando nos viene bien o cuando no nos
complica la vida. Si confesar nuestra fe supone problemas, entonces, como
Nicodemo, nos escondemos.
Puede ser que
vivamos muy bien como hasta ahora. Con nuestros “pecadillos”, que no son tan
“gordísimos”, porque no robamos millones ni matamos a nadie. Pero nos hemos
acostumbrado a vivir con esos pecados domésticos, y eso es peligroso. Porque
esos “pecadillos” van a más. Y se acaban convirtiendo en “pecadores”. Es que no
ir hacia delante en el camino espiritual es retroceder.
Se trata de no
rendirse nunca. Tenemos que pensar no en lo que nosotros podemos hacer, sino de
pensar en lo que Dios puede hacer en nosotros. Ser como mansos corderos,
llevados de la mano de Dios. Que, (a diferencia del diablo, que nos quiere
llevar por caminos desviados) siempre nos va a llevar hacia la salvación. Porque
nos ama. Y quiere nuestro bien. Eso no significa que vaya a ser fácil, pero es
posible. Hay que hacer la opción por Dios. Y ser fieles.
Vuestro hermano en
la fe, Alejandro Carbajo, C.M.F.