REFLEXION:
El pueblo de Israel tuvo muchas ocasiones, a lo largo de su historia, de comprobar la acción de Dios en su vida. Más de una vez estuvo al borde de la desaparición (consúltese la historia en Egipto o la vida de la reina Ester) y se vieron salvados de forma milagrosa. Dicho con otras palabras, podían haber sido más fieles a la Alianza que Dios, de forma puramente graciosa, concertó con ellos.
Y, sin embargo, nada de eso. Al faltar Moisés, todo se torció. Se hicieron un becerro de oro, y se inclinaron para adorarlo. Desagradecidos. Una vez más, estuvieron al borde de la destrucción. Menos mal que Moisés era hábil en el arte del diálogo. Sobre todo, sabía que Dios era fiel, aunque el pueblo no lo fuera tanto. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”». Y Dios se arrepiente.
Nuestra vida es como la del
pueblo de Israel. Momentos de mucha cercanía a Dios nuestro Padre, y ocasiones
en las que otros ídolos (poder, dinero, trabajo, envidias, pornografía…) entran
en nuestras vidas, llenan nuestros corazones y no dejan hueco para Dios. Es lo
que hay.
¿Cómo podréis creer vosotros, que
aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene el único Dios? Es la crítica, muy dura, de
Jesús. Es que la salvación no está nunca garantizada. Aunque seamos de los de
“Moisés”, de los de la vieja guardia, de los de toda la vida en la parroquia.
Creer o no creer. Ésa es la cuestión. Ahí nos jugamos todos mucho. No es como
empieza nuestra historia, sino como acaba.
Seguramente, en nuestra vida
hemos sido agraciados con muchos dones por parte de Dios. Y, con mucha
probabilidad, no siempre lo hemos agradecido lo suficiente. O, incluso, le
hemos dado la espalda, nos hemos negado a aceptar esos dones, o los hemos
desaprovechado. El que esté libre de estos pecados, que tire la primera piedra.
Jesús nos recuerda que ya tenemos todo lo necesario para salvarnos. Moisés, los
profetas, y su mismo testimonio. Así que hay que revisarnos, ajustar lo ajustable,
y seguir siempre buscando la voluntad del Padre. Que así sea.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.