REFLEXION:
Dice el texto que
unos griegos se acercaron a Felipe, manifestándole el deseo de ver a Jesús.
Felipe le transmite este pedido a Andrés. Ambos discípulos son los únicos, del
grupo de los doce, que tienen un nombre de origen griego; ambos viven en
Betsaida, ciudad que, por su ubicación fronteriza, tenía mucha influencia de la
cultura griega. Ante este pedido, Jesús responde con un discurso que nos puede
generar cierto desconcierto. En él nos proclama una buena noticia y nos hace
una invitación. ¿Cuál es esa buena noticia? El hijo del hombre va a ser
glorificado. La voz del Padre confirma esta afirmación: «Ya lo he glorificado y
lo volveré a glorificar.» ¿En qué consiste esta glorificación? La palabra
gloria nos habla de esplendor, de plenitud, de honra. También de manifestación.
La gloria de Dios es la plenitud de su obra manifestada al mundo, es el rostro
luminoso de su amor que se ofrece como camino de salvación. La glorificación es
el triunfo y la plenitud de la vida nueva en el amor. Es la manifestación al
mundo de Jesús resucitado, vencedor de la muerte y del pecado. La gran
invitación es a seguirlo, a hacer de su vida, nuestro camino, para participar,
ya desde ahora, de la alegría de su gloria. Y, un día, llegar a la plenitud de
esa gloria en la resurrección final. El camino de esa gloria pasa por la
donación del propio ser. Es en cada acto de amor en donde experimentamos la
presencia gloriosa del Señor en nuestras vidas porque Dios es amor. Quizá, la
imagen del grano de trigo que cae en tierra sea una de las que con más
elocuencia muestran el camino de la vida cristiana y el sentido más profundo de
nuestra existencia. Si el grano queda encerrado en sí mismo, aislado, no
produce fruto. Sólo si cae en tierra y muere, sólo si se abre, produce fruto
verdadero. El fruto no es sinónimo del éxito. Este se mide por los números, por
el objetivo alcanzado, por la meta cumplida. Dar frutos es vivir la fecundidad
del amor, generar espacios y actitudes de bondad, solidaridad, perdón, verdad,
justicia, reconciliación. Muchas veces el dar fruto pasa por la frustración
ante el éxito. La vida de Jesús no fue exitosa a los ojos del mundo. Muere
incomprendido, abandonado, no ve el cumplimiento de lo que predicó durante toda
su vida. Sin embargo, fue la fuente de la auténtica fecundidad. Jesús murió por
un amor inconmensurable, gratuito, total, a la humanidad y al Padre, a cada uno
de nosotros. Por eso fue glorificado. La plenitud de la vida, la gloria,
consiste en amar. Que en esta cuaresma podamos decir, nosotros también,
queremos ver a Jesús, queremos contemplar su gloria y participar de ella. Que
el Señor nos regale, en esta pascua que se acerca, el poder renacer a una vida
fecunda que, desde la entrega cotidiana, puede experimentar la alegría de ser
partícipes de la gloria de Dios. Una bendecida cuaresma para todos,
P. Rodolfo Pedro Capalozza, SAC Centro de
Espiritualidad Palotina