A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
Palabra del Señor
REFLEXION:
María
recibe la noticia más importante de toda la historia de la humanidad. La
noticia de que Dios, por amor, va a enviar hasta nosotros, a nuestra tierra, a
su Hijo Jesús. Quiere que llegue a modo humano, concebido en el seno de
una mujer y por obra del Espíritu Santo. Y Dios elige a María para ser la madre
de Jesús. En un primer momento, como no podía ser menos, María se llenó de un
gran asombro, de un asombro positivo. Dios le pedía, ni más ni menos, que ser
la madre de su Hijo. María, ante las explicaciones del ángel Gabriel, aceptó la
oferta de Dios. “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra”.
Durante
nueve meses tuvo la ilusión de dejar nacer en su seno a su propio hijo, al hijo
de Dios. Durante el resto de la vida de su Hijo, siempre, como buena madre, le
llevó en su corazón. Cuando Jesús fue presentado en el Templo, les recibió
Simeón y dijo a María, su madre: “Está puesto para caída y levantamiento de
muchos en Israel y para signo de contradicción; una espada atravesará tu alma,
para que se descubran los pensamientos de muchos corazones”. Cuando Jesús
empezó su vida pública, a predicar su buena noticia del reino de Dios, se
cumplieron las palabras de Simeón. Ciertamente una espada atravesó el alma de
María, al ver que su Hijo era signo de contradicción, al ver que algunos le
rechazaban y que su rechazo fue tan fuerte que le clavaron en la cruz. Cran
dolor para María. Pero María siempre disfrutó del cariño, del amor de su Hijo,
a la vez que Hijo de Dios. Su corazón se ensanchaba cuando veía que también
mucha gente aceptaba a su Hijo, le escuchaba, le seguía… y le reconocían como
su Salvador.
María,
también nuestra madre, da un paso en favor nuestro. Nos ofrece que también
nosotros, como ella, dejemos nacer en nuestros corazones a Jesús. Porque Jesús
ha venido hasta nosotros para eso, para adentrarse y adueñarse de nuestro
corazón, por lo que podemos decir con san Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es
Cristo quien vive en mí”.
En
este día especial, alegrémonos con María porque el Señor ha hecho maravillas en
ella, la ha hecho Madre de su Hijo. Y demos gracias a Dios porque Jesús, el
Hijo de Dios, también quiere nacer en nuestros corazones. Nadie mejor que él
que sea el Dueño de nuestro corazón.
FRAY
MANUEL SANTOS SANCHEZ O.P.