En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era
fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como
los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese
publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se
atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho
diciendo: “Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y
aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla
será enaltecido».
Palabra del Señor
REFLEXION:
A veces nos hacemos la pregunta: ¿Qué tengo que hacer para merecer el perdón de Dios? ¿Cómo estaré seguro de que Dios me ha perdonado? ¿Es suficiente con confesarse?
Para responder a esas preguntas Jesús dijo la parábola que
leemos hoy.
Algunos, teniéndose por justos, santos y limpios, se sentían
seguros de sí mismos y despreciaban a los demás. Cumplían a cabalidad una
serie de normas y preceptos y por eso se sentían con todo el derecho de
presentar en su oración una especie de «cobro» a Dios.
Jesús desenmascara esta actitud y abiertamente declara perdonado
al hombre que delante de Dios se siente pecador, necesitado del amor y de la
compasión divina. Mientras que el otro, el fariseo, no logra el perdón, porque
cree que no la necesita y por tanto, no lo pide.
Si uno pide con fe, el Señor siempre nos escucha:
“El único sobreviviente de un
naufragio fue visto sobre una pequeña isla. Estaba orando fervientemente y
pidiendo a Dios que lo rescatara, y todos los días revisaba el horizonte
buscando ayuda, pero ésta nunca llegaba.
Aburrido y para pasar el rato
empezó a construir una pequeña cabaña para protegerse y proteger sus pocas
pertenencias. Un día, después de andar buscando comida por el interior de la
isla, regresó y encontró la pequeña choza en llamas, el humo subía hacia el
cielo...Todo lo poco que tenía se había perdido. Desesperado, cayó de rodillas
en la playa y le gritó a Dios:
-“Dios mío, ¿cómo pudiste hacerme esto?.