HABIENDO llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga:
«En verdad os digo que ningún profeta es
aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en
los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo
una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado
Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos
había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos
fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron
furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un
precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
Palabra del Señor
REFLEXION :
Miremos a Jesús en la sinagoga de Nazaret en medio de sus paisanos recordando a un Dios Padre de todos los que confían en Él. El Espíritu Santo que guía a Jesús y la palabra del profeta Isaías son como la chispa que enciende el fuego de la misión de Jesús fuera de su pequeño pueblo.
Lucas pone en esta primera escena de la vida
pública de Jesús el rechazo del pueblo judío contra él: un rechazo que
culminará con la muerte en la cruz. Así, lo que comenzó siendo simpatía y admiración,
se cambia en hostilidad. Desprecian a Jesús porque solamente es el hijo de José
y no ha tenido maestros que puedan garantizar su conocimiento de la biblia. El
odio contra Jesús crece y sus paisanos intentan eliminarlo tirándolo por un
barranco, “pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó”. En este gesto hay
como un anticipo de su resurrección.
Jesús recuerda a sus paisanos que Dios ofrece
la salvación a todos los hombres. Y para confirmar esta enseñanza
recuerda que Elías y Eliseo realizaron milagros entre personas que no
pertenecían al pueblo de Israel y lograron entre ellos mejores frutos de
conversión.
No somos propietarios de Dios, sino sus
humildes servidores, por eso el cristiano no se avergüenza de arrodillarse ante
Él y dar una mano a su prójimo sin mirar el color de su piel.