«No creáis que he venido a abolir la Ley y los
Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y
la tierra antes que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos
importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el
reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el
reino de los cielos».
REFLEXION:
Jesús expone sus enseñanzas frente a la Ley del Antiguo Testamento con las famosas antítesis de Mateo: «han oído que se dijo… pues yo les digo». Jesús habla con una autoridad que está por encima de la legislación antigua.
Jesús reconduce los
mandamientos a su raíz y a su objetivo último: el servicio a la vida, a la
justicia, al amor, a la verdad. En el centro de esta parte del sermón del monte
está el respeto sagrado a la persona y la denuncia contra todo aquello que, aun
camuflado de artificio legal, atente contra la dignidad del hombre y de la
mujer.
Pero es, sobre
todo, en el NO rotundo a la ley del Talión: «ojo por ojo, diente por diente»,
donde aparece toda la revolucionaria novedad del mensaje de Jesús. ¿No sería
imposible una sociedad sin esta ley?
La ley del Talión
ha existido en todas las culturas, aunque su cruda aplicación casi haya
desaparecido de nuestro mundo actual más civilizado. Pero sigue estando
vigente y considerada como necesaria para asegurar una aceptable convivencia
humana. Un ejemplo es la pena de muerte.
Actualmente la Iglesia
católica se está comprometiendo a fondo para pedir que se suprima la pena de
muerte en todas las naciones.
Jesús propone un
cambio total en las relaciones de las personas entre sí y con Dios. Este cambio
radical sólo podrá partir de la fuerza creadora del amor y será la única
respuesta que pondrá fin a tanta violencia. El amor a todos, sin condiciones,
tal y como es el amor del «Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y
buenos y hace llover sobre justos e injustos». El amor no tiene límites, como
no tiene límite la perfección a la que el creyente tiene que aspirar: «sean
perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el cielo». Imitando
de esta manera a Dios, podremos crear una sociedad justa, radicalmente nueva.
Quizás tengamos que
confesar tristemente que nuestro mundo no está aún preparado para poner en
práctica estas palabras de Jesús; pero, precisamente porque hemos tocado fondo
en los horrores de la violencia, Jesús invita a sus seguidores a poner en
práctica la utopía del amor evangélico como humilde levadura que producirá el
cambio. Sólo el amor cambiará el mundo.