14/3/21

EVANGELIO LUNES 15-03-2021 JUAN 4, 43-54

               En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado:

«Un profeta no es estimado en su propia patria».
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.
Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.
Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo:
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».
El funcionario insiste:
«Señor, baja antes de que se muera mi niño».
Jesús le contesta:
«Anda, tu hijo vive».
El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:
«Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre».
El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.

Palabra del Señor

REFLEXION:

Vivimos una situación especial. Llevamos ya un año muy difícil. La pandemia del coronavirus nos ha recordado que los honores y los títulos no son garantía contra la enfermedad y la muerte. Tanto presidentes de gobierno como personas sencillas han enfermado. Y todos, en esos momentos de debilidad, cerca de la muerte, se han acercado a Dios a pedir salud.

Estábamos acostumbrados a lo de siempre. Nos costaba aceptar algo nuevo. Nos parecía que no podía haber nada distinto. No veíamos a nuestro alrededor no hay profetas. Lo que nos decían los cercanos no nos conmueve. Muchas veces necesitamos que venga algo (una pandemia) o alguien de fuera (en unos ejercicios espirituales, en unas charlas de Cuaresma, en un retiro de fin de semana) para que las mismas palabras nos suenen de forma diferente. Eso les pasó a los vecinos de Jesús.

Pero siempre hay alguien que es capaz de ver más allá. Es un personaje importante, que quizá hubiera oído lo del primer milagro de Jesús, y acude con fe. Quiere un milagro. Sabemos que no solo de milagros vive la fe, pero que la fe hace milagros. El que la sigue, la consigue. Qué no hará un padre por sus hijos. Y se produce el segundo milagro de Jesús.

Toda la familia creyó en Jesús. ¿Somos nosotros testigos de Jesús en nuestras casas?

Algo bueno habrá hecho en nuestra vida el buen Dios. ¿Por qué se le puede dar las gracias?

¿Hay alguna dificultad seria en nuestra vida? ¿Confías en Dios para manejar esa situación que no puedes controlar ni resolver por tus propios medios?

“Un cielo nuevo y una tierra nueva”. Muchas veces nos gustaría que todo fuera diferente. Cambiar nuestra situación, poder empezar de cero y olvidar lo anterior. Y que los demás olvidaran también nuestras debilidades. En algún momento, si somos fieles, “ya no se oirá ni llanto ni gemido”.

Vuestro hermano en la fe, Alejandro Carbajo, C.M.F.