En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado:
REFLEXION:
Vivimos una situación especial. Llevamos ya
un año muy difícil. La pandemia del coronavirus nos ha recordado que los
honores y los títulos no son garantía contra la enfermedad y la muerte. Tanto
presidentes de gobierno como personas sencillas han enfermado. Y todos, en esos
momentos de debilidad, cerca de la muerte, se han acercado a Dios a pedir
salud.
Estábamos
acostumbrados a lo de siempre. Nos costaba aceptar algo nuevo. Nos parecía que
no podía haber nada distinto. No veíamos a nuestro alrededor no hay profetas.
Lo que nos decían los cercanos no nos conmueve. Muchas veces necesitamos que
venga algo (una pandemia) o alguien de fuera (en unos ejercicios espirituales,
en unas charlas de Cuaresma, en un retiro de fin de semana) para que las mismas
palabras nos suenen de forma diferente. Eso les pasó a los vecinos de Jesús.
Pero
siempre hay alguien que es capaz de ver más allá. Es un personaje importante,
que quizá hubiera oído lo del primer milagro de Jesús, y acude con fe. Quiere
un milagro. Sabemos que no solo de milagros vive la fe, pero que la fe hace
milagros. El que la sigue, la consigue. Qué no hará un padre por sus hijos. Y
se produce el segundo milagro de Jesús.
Toda la
familia creyó en Jesús. ¿Somos nosotros testigos de Jesús en nuestras casas?
Algo
bueno habrá hecho en nuestra vida el buen Dios. ¿Por qué se le puede dar las
gracias?
¿Hay
alguna dificultad seria en nuestra vida? ¿Confías en Dios para manejar esa
situación que no puedes controlar ni resolver por tus propios medios?
“Un cielo
nuevo y una tierra nueva”. Muchas veces nos gustaría que todo fuera diferente.
Cambiar nuestra situación, poder empezar de cero y olvidar lo anterior. Y que
los demás olvidaran también nuestras debilidades. En algún momento, si somos
fieles, “ya no se oirá ni llanto ni gemido”.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro Carbajo, C.M.F.