Jesús y sus discípulos acudían con frecuencia al Templo. Jesús no estaba de acuerdo con lo que los vendedores y cambistas hacían en el Templo: “Entrando en el Templo se puso a expulsar a los que vendían y compraban, y derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores”. De esta manera habían convertido el Templo en una cueva de ladrones, olvidándose que era una casa de oración. “Los sumos sacerdotes, los letrados y los senadores”, cuyo interés máximo era ir en contra de Jesús, buscaban siempre sorprenderle en algún fallo. En esta línea le hacen esas dos peguntas: “¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?”. Buscan que Jesús aluda a su ser mesías… algo que sus interlocutores no aceptan y tendría así un motivo para procesarle legalmente. Pero Jesús, conociendo sus intenciones, no les responde directamente, sino que les formula otra pregunta comprometida para ellos sobre el bautismo de Juan, que no se atreven a responder. Ante esta negativa Jesús les dice: “Pues tampoco yo os digo con qué autoridad haga esto”. A Jesús tenemos que acudir buscando sus palabras de luz y de salvación para nosotros. Y entonces siempre nos responderá. “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas”. |