¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división.
Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
Es palabra del Señor
REFLEXION
A lo largo del capítulo 12, Jesús ha presentado una serie de enseñanzas a sus discípulos y ahora, en este texto, nos sorprende hablando de sí mismo, de su misión y su destino. Con un lenguaje tan enigmático como incomprensible nos lleva a reflexionar sobre el carácter y la mentalidad apocalíptica de su tiempo de la cual también Jesús participa. Según ella, el mundo presente y sus maldades tienen que desaparecer para dar paso al mundo bueno futuro, el reinado de Dios. El evangelista va a introducir algunos cambios importantes en esta mentalidad, reuniendo tres frases pronunciadas por Jesús: la primera y la tercera hablan de su misión (prender fuego y traer división); y la segunda, de su destino (pasar por un bautismo).
El dicho del fuego podría hacernos pensar en un juicio. Así, Dios, una vez, había dejado llover fuego y azufre del cielo para aniquilar a Sodoma y a Gomorra (Gn 19,24). También Elías aniquiló a los enemigos de Dios con fuego del cielo (2 Re 1, 10.12.14). Y Juan el Bautista habla en su discurso acerca del “fuego que nunca se apaga” (Lc 3,17). Por eso también los discípulos quieren que caiga fuego del cielo para que la gente inhóspita de Samaria sea castigada (Lc 9,54). Sin embargo, los textos del AT también señalan que Dios se manifiesta en el fuego (Ex 3,2-3) y que, en forma de columna de fuego y nube, indicó a Israel el camino, liberándolo de la esclavitud en Egipto (Ex 13,21-22). En el discurso de Jesús que Lucas nos narra, ambos aspectos parecen vibrar al unísono. Por un lado, su venida tiene un efecto liberador; por otro lado, pone al ser humano ante una decisión, y sus consecuencias.
En el segundo dicho Jesús habla de su destino, de la muerte. También esta imagen es enigmática, porque bautizar significa normalmente lavar, sumergir. Esa idea la aplica Juan (y otros muchos judíos desde el profeta Ezequiel) al pecado: en el bautismo, cuando la persona se sumerge en el río Jordán, se lavan sus pecados; al mismo tiempo, simbólicamente, la persona que entra en el agua “muere” y sale una persona nueva. El bautismo, del que Jesús habla aquí, es la prueba que le espera en su sufrimiento y en su muerte. Pero es en su muerte donde concluye toda su obra, para rescate de toda la humanidad. El dicho sobre el tema de paz también nos sorprende. Lucas ha relacionado la venida de Jesús con el advenimiento del príncipe mesiánico de la Paz (Lc 2,10). Jesús se pone en la línea de los grandes profetas de Israel que anunciaron desgracia y juicio, aunque también predicaron la salvación
En tercer lugar, vuelve a hablar sobre la misión de dividir. Estas palabras se podrían interpretar como simple consecuencia de la actividad de Jesús, su persona, su enseñanza y sus obras provocan división entre la gente. Jesús viene a crear un gran caos, simbolizado por el caos familiar. La ruptura de las relaciones familiares y sociales es una señal de los tiempos finales (Mi 7,5-6).
Lucas lo matizará en el libro de los Hechos de los Apóstoles afirmando que los cristianos no debemos estar esperando el fin del mundo, aunque pidamos todos los días en el padrenuestro que “venga a nosotros tu reino”. Nuestra misión ahora es extender el evangelio al mundo entero, como hicieron los apóstoles.



