En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó
por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron
un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.
Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió
los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá» (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le
soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero,
cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían:
«Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y
hablar a los mudos».
Es palabra
del Señor
REFLEXION
El evangelio de Marcos (7,31-37) nos narra la
curación de un sordomudo en territorio de la Decápolis (grupo de diez ciudades
al oriente del Jordán, en la actual Jordania), después de haber actuado
itinerantemente en la Fenicia. Se trata de poner de manifiesto la ruptura de
las prevenciones que el judaísmo oficial tenía contra todo territorio pagano y
sus gentes, lo que sería una fuente de impureza. Para ese judaísmo, el mundo
pagano está perdido para Dios. Pero Jesús no puede aceptar esos principios; por
lo mismo, la actuación con este sordomudo es un símbolo por el que se va a
llegar hasta los extremos más inauditos: Va a tocar al sordomudo. No se trata
simplemente de una visita y de un paso por el territorio, sino que la
pretensión es que veamos a Jesús meterse hasta el fondo de las miserias de los
paganos.
Vemos a Jesús actuando como un verdadero
curandero; incluso le cuesta trabajo, aunque hay un aspecto mucho más
importante en el v. 34, cuando el Maestro “elevó sus ojos al cielo”. Es un
signo de oración, de pedir algo a Dios, ya que mirar al cielo, como trono de
Dios, es hablar con Dios. Y entonces su palabra Effatá, no es la palabra mágica
simplemente de un secreto de curandero, sino del poder divino que puede
curarnos para que se “abran” (eso significa Effatá) los oídos, se suelte la
lengua y se ilumine el corazón y la mente. Y vemos que el relato quiere ser
también una lección de discreción: no quiere ser reconocido por este acto
taumatúrgico de curación de un sordomudo, sino por algo que lleva en su palabra
de anunciador del Reino. Dios actúa por él, curando enfermedades, porque el
Reino también significa vencer el poder del mal. Los enfermos en aquella
sociedad religiosa, eran considerados esclavos de “Satanás” o algo así.
Su «tocar» es como la mano de Dios que llega
para liberar los oídos y dar rienda suelta a la lengua. La significación, pues,
por encima de asombrarnos de los poderes taumatúrgicos, es poner de manifiesto
que con los oídos abiertos aquél hombre podrá oír el mensaje del evangelio; y
soltando su lengua para hablar, advierte que, desde ahora, un pagano podrá
también proclamar el mensaje que ha recibido de Jesús al escucharlo en la
novedad de su vida. Esta es una lección que hoy debemos asumir como realidad,
cuando en nuestro mundo se exige la solidaridad con las miserias de los pueblos
que viven al borde de la muerte.