Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo
pisaron, y los pájaros se lo comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso y, después de
brotar, se secó por falta de humedad.
Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos,
creciendo al mismo tiempo, la ahogaron.
Y otra parte cayó en tierra buena y, después de
brotar, dio fruto al ciento por uno».
Entonces le preguntaron los discípulos qué
significaba esa parábola.
El sentido de la parábola es este: la semilla es la
palabra de Dios.
Los del borde del camino son los que escuchan, pero
luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean
y se salven.
Los del terreno pedregoso son los que, al oír,
reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún
tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan.
Lo que cayó entre abrojos son los que han oído,
pero, dejándose llevar por los afanes y riquezas y placeres de la vida, se
quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro.
Lo de la tierra buena son los que escuchan la
palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con
perseverancia».
Es
palabra del Señor
REFLEXION
En este relato, San Lucas nos propone la parábola
del sembrador. Ahí vemos dos formas de relacionarnos con Dios y en función de
esa relación así acogemos su Palabra. Una es la de la gente que escucha la
palabra. De entre ellos no sabemos quién es camino, piedra, zarzas o tierra
buena. Lo que sabemos es que están ahí como una masa anónima que no tienen
cercanía con Jesús, ni se aproximan más de lo que están. Otra forma de
relacionarnos con el Señor es la de los discípulos que con toda sencillez y
confianza le preguntan a su Maestro y se encuentran con que les revela los
secretos del Reino de Dios. Esto significa que hay una relación de amistad
íntima. Un secreto no se le confía a cualquier persona.
Esa diferencia de relación es una forma de
prepararse para acoger la Palabra de Dios. Por regla general, a una persona que
consideramos importante no sólo la escuchamos con atención, sino que nos
tomamos muy en serio lo que nos dice. Esa relación prepara nuestro terreno, es
decir, nuestra vida. Es el arado y abono que necesitamos. Luego está la
semilla. Esa Palabra que Dios nos da viene con un regalo. Ese regalo es la fe.
Además de creer esa semilla hay que regarla a diario, cuidarla y tratarla para
que dé fruto. Cada nueva cosecha conlleva reanudar ese ciclo. No podemos vivir
de las rentas, ni de la siembra del año pasado. Toda la vida debemos tenerlo
presente, de lo contrario, la tierra buena se puede estropear.
¿Cómo hacerlo? ¿Cómo la cuidamos?
Necesitamos dedicarle tiempo a esa amistad con Dios
mimando la oración, recibiéndolo frecuentemente y llevándolo a todas partes con
nuestro testimonio. Tenemos que implicarnos, no ser espectadores. No te
conformes con ser muchedumbre cuando puedes ser discípulo. No dejemos que la
rutina, las preocupaciones, el trabajo, nos roben ese privilegio. Piensa que, a
tu familia, a tus amigos y a lo que consideras importante les haces siempre un
hueco, pero hay uno que merece ser tu prioridad. ¿Cuánto le dedicas? Hoy es
buen día para que lo examines.
None MM.
Dominicas
Monasterio de Santa Ana (Murcia)