Es palabra del Señor
REFLEXION
Estamos
ante la pregunta clave de Jesús a sus discípulos y, por tanto, a
nosotros: ¿Quién decís que soy yo? Fue una pregunta bien
formulada. No existen preguntas sin respuesta, salvo cuando se formulan mal.
Por eso es tan importante aquilatar bien las preguntas, máxime si en ellas nos
jugamos el todo o nada. En H. Murakami leí: “Preguntar es vergüenza de un
instante; no preguntar es vergüenza de una vida”.
Jesús
no pasó vergüenza al preguntar; sabía muy bien quién era, pero eso no era lo
importante. En Él no había problemas de identidad personal. Quería poner a
prueba a los suyos/nosotros. Posiblemente se miraron entre sí desconcertados al
escuchar tal pregunta comprometedora. ¿Qué responder, en qué apuro quería
meterlos? ¿Soportaron su mirada de frente?
Había
que definirse. No cabían las medias tintas, las salidas airosas, el mirar para
otro lado, el silbar para no darse por aludidos, el remover el polvo con las
sandalias, el… La pregunta comprometía más de lo que parecía.
Porque
además no se trataba de dar respuestas genéricas, aprendidas en la sinagoga en
textos veterotestamentarios. Había que responder sin tapujos, sin alambres y
sin miedos interiores.
Muchos
le dieron la espalda y se marcharon sin decir palabra. Y no volvieron más con
Él. Otros, los más cercanos, salieron de la pregunta trampa lo mejor que
pudieron y siguieron a su lado no sin titubeos.
No
se trataba solo de decir quién era, sino cómo decirlo, con qué actitudes, con
qué compromisos reales, con qué acciones que mostrasen su convencimiento y
decisión de seguimiento.
La
pregunta sigue ahí para cada uno de nosotros. Dos mil años después no caben
respuesta para salir airosos, no cabe el: Bueno, pues Tú eres… Para
ello ya están los tratados teológicos o antropológicos.
Y
una vez que se responde, qué sucede, cómo cambiamos de actitudes, qué
compromisos adquirimos, qué remueve nuestro interior, qué o cómo estamos
dispuestos a transformar el entorno en que vivimos, vamos a seguir igual, como
si tal cosa… Por eso, ante Jesús no importa tanto el qué respondemos como el
cómo lo mostramos. ¿Verdad que queda claro? Del cómo, una vez manifestado el
qué, depende el futuro de nuestra fe, de la fe de la Iglesia y de la
credibilidad de ambos.
Lo
sabemos bien los educadores: “Hacer preguntas es prueba de que se piensa” (R.
Tagore). Jesús pensaba y lo que es mejor: quería hacer pensar. La pregunta no ha
perdido vigencia. ¿Las respuestas y sus consecuencias…?
Casa San Alberto Magno (Madrid)