En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron
Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus
discípulos.
Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo
preguntarle.
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido
quién era el más importante.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El evangelio de Marcos nos muestra un segundo paso
de Jesús en su camino hacia Jerusalén, acompañado por sus discípulos. El
maestro sabe lo que le espera; lo intuye, al menos, con la lucidez de un
profeta: la pasión y la muerte, pero también la seguridad de que estará en las
manos de Dios para siempre, porque su Dios es un Dios de vida. Pero ese anuncio
de la pasión se convierte en el evangelio de hoy en una motivación más para
hablar a los discípulos de la necesidad del servicio.
No merece la pena discutir si este segundo
anuncio de la pasión son “ipsissima verba” o son una adaptación de la comunidad
a las confidencias más auténticas de Jesús. Hoy se acepta como histórico que
Jesús “sabía algo” de lo que le esperaba. Que la comunidad, después, adaptara
las cosas no debería resultar extraño. Este segundo anuncio de la pasión lo
presenta el evangelista como una enseñanza (edídasken= les enseñaba). Pero los
discípulos ni lo entendían ni querían preguntarle, ya que les daba pánico. Este
no querer preguntarle es muy intencionado en el texto, porque no se atrevían a
entrar en el mundo interior y profético del Maestro. Jesús tuvo paciencia y
pedagogía con ellos y por eso Marcos nos ha presentado “tres” anuncios en un
corto espacio de tiempo (8,27-10,32).
Tampoco Pedro, en el primer anuncio
(8,27-33), lo había entendido cuando quiere impedir que Jesús pueda ir a
Jerusalén para ser condenado. No encajaba ese anuncio con su confesión mesiánica,
que tenía más valor nacionalista que otra cosa. Marcos ha emprendido, desde
ahora en su narración una dirección que no solamente es reflejo histórico del
camino de Jesús a Jerusalén, sino de “enseñanza” para la comunidad cristiana de
que su “Cristo” no se fue de rositas a Jerusalén. Que confesar el poder y la
gloria del Mesías es o puede ser un tópico religioso poco profético. En
realidad eso es así hasta el final, como lo muestra la escena de Getsemaní
(14,32-42) y en la misma negación de Pedro (14,66-72). Los discípulos no
entendieron de verdad a Jesús, ni siquiera por qué le siguieron, hasta después
de la Pascua.
En Carfarnaún, en la casa, que es un lugar
privilegiado por Marcos para las grandes confidencias de Jesús, porque es el
símbolo de donde se reúne la comunidad, (como cuando les explica el sentido de
las parábolas), les pregunta por lo que habían discutido por el camino;
seguramente de grandezas, de ser los primeros cuando llegase el momento. Sus
equivocaciones mesiánicas llegaban hasta ese punto. Jesús tomó a un niño (muy
probablemente el que les servía) y lo puso ante ellos como símbolo de su
impotencia. Es verdad que el niño, como tal, también quiere ser siempre el
primero en todo, pero es impotente. Sin embargo, cuando los adultos quieren ser
los primeros, entonces se pone en práctica lo que ha dicho el libro de la
Sabiduría. Y es que el cristianismo no es una religión de rangos, sino de
experiencias de comunión y de aceptar a los pequeños, a los que no cuentan en
este mundo.
Acoger en nombre de Jesús a alguien como un
niño es aceptar a los que no tienen poder, ni defensa, ni derechos; es saber
oír a los que no tienen voz; son los pobres y despreciados de este mundo. La
tarea, como muy bien se pone de manifiesto en la praxis cristiana que Marcos
quiere trasmitir a su comunidad, no está en sopesar si los que se acogen son
inocentes o no, sino que debemos mirar a la vulnerabilidad. Quizás los
pequeños, los niños, los pobres, los enfermos contagiosos, no son inocentes.
Tampoco los niños lo son. Es el misterio de la vulnerabilidad humana lo que
Jesús propone a los suyos. Pero los “suyos” –en este caso los Doce-, discutían
por el camino quién sería el segundo de Jesús en su ”mesianidad” mal
interpretada. Esta es una enseñanza para el cristianismo de hoy que se debe
plasmar en la Iglesia. La opción por los “vulnerables” (¡los pobres!) es la
verdadera moral evangélica.
Fray Miguel de
Burgos Núñez
(1944-2019)