En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y decía: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos.»
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Este pequeño relato del evangelio de Marcos contiene un mensaje de gran importancia para los creyentes en Jesús de Nazaret. Nos habla de algo fundamental para nuestra vida: nuestra responsabilidad en el anuncio de la Buena Noticia.
Es cierto que el evangelio habla de que Jesús envió a los Doce, pero no es posible pensar que esa misión está reservada en exclusiva a ellos… Ya en el Evangelio aparece otro envío de Jesús a 72 discípulos.
De hecho, en aquel momento Jesús no disponía de muchos “efectivos” disponibles para poder enviarlos. Respondiendo a su llamada había un pequeño grupo de personas que le seguían, escuchando su palabra, contemplando sus gestos, compartiendo su vida. El contraste con la actualidad es gigantesco: hoy somos muchos millones de personas en el mundo las que confesamos a Jesús de Nazaret.
Y resulta asombrosa la diferencia entre aquel puñado de personas que seguían a Jesús y que llevaron la noticia sobre Él a todas partes, hasta entregar la propia vida, y esa dinámica en la que parece que nos movemos la gran mayoría de los creyentes, en la que se diría que “no nos consta” que a nosotros también nos “corresponde” el anuncio de Jesús y su Buena Noticia.
En cualquier caso, y para todos, Jesús nos da los criterios irrenunciables que se han de dar en ese anuncio:
Los envía, de dos en dos. Los discípulos “salen” al encuentro, no esperan a que las gentes se acerquen a ellos o al templo de piedra. Y van de dos en dos. La evangelización no es tarea que se pueda vivir de manera individualizada, sino acompañados. Es la comunidad la llamada a anunciar. En ella se piensa, se discierne, se decide el qué y el cómo adecuados al momento presente y la situación. Las tareas se diversifican a partir de esa búsqueda común.
Pobreza de las personas, pobreza de los medios. Las manifestaciones religiosas de masas, espectaculares, que tanto nos agradan con frecuencia, no tienen precisamente las características del anuncio al que Jesús nos invita. Menos aún, si suponen la utilización de grandes medios y hacen ostentación de riqueza.
Nos prepara para el fracaso. Ciertamente hay anuncios que tienen poco que ver con la propuesta de Jesús, y que no merecen ser admitidos… Pero el anuncio más genuino de Jesús no tiene la garantía de ser aceptado, como él mismo no fue aceptado por la mayor parte de los contemporáneos que le conocieron o recibieron noticias sobre Él. Y este fracaso no debe llevarnos a la decepción y el abandono. Respetando la libertad de los destinatarios, continuamos en otros lugares ese anuncio.
El anuncio conlleva mucho más que la predicación, aunque en consonancia con ella. Hay sobre todo obras. Obras que suponen sanación, salvación, alegría, vida… sin obviar las dificultades de la existencia humana.