Uno de la gente le contestó:
«Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no lo deja hablar; y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda rígido. He pedido a tus discípulos que lo echen y no han sido capaces».
Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió.
El niño se quedó como un cadáver, de modo que muchos decían que estaba muerto.
Pero Jesús lo levantó cogiéndolo de la mano y el niño se puso en pie.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El evangelista Marcos nos relata una escena un tanto particular, en la que pone la mirada en Jesús. Con ella, pretende que entremos en la densidad que tiene para el ser humano el encuentro con la persona de Cristo. Como una trasfiguración de la vida que se llevaba hasta el momento. Hondo tiene que ser el caldo del camino de la fe para que me lleve a un cambio radical de vida y sea capaz de vivir acorde con los mandatos prescritos por la ley de Dios.
Nos encontramos en la bajada del Monte Tabor. Allí, Jesús, se ha transfigurado ante tres de sus discípulos más cercanos. El monte tiene una simbología concreta que viene a expresar la presencia de Dios, donde Dios se revela y un lugar concreto de oración, diálogo, con el Hacedor. Jesús ha entrado en comunión con Dios a través de esa oración. No deberíamos de perder de vista, que en la oración se van a ir intercambiando «palabras» hacia aquel que nos dirigimos, y que el gran Misterio de la Navidad que celebramos hace un tiempo, Jesús, se revela como: «Palabra hecha carne». La «Palabra» es la «Vida» de los hombres, si lo recibimos.
Al bajar del monte, se van topando con realidades concretas. Los fariseos discuten con los discípulos. Precisamente aquellos que no aceptan a Jesús, como Mesías de Dios. Es decir, no quieren aceptar al que es «Palabra», por ello, hay una discusión. Acto seguido hay un joven mudo, incapaz de pronunciar palabras. Para introducirnos en un diálogo entre Jesús y el padre del muchacho endemoniado. Posiblemente como un camino de fe capaz de reconocer a Jesús como Salvador.
El padre del muchacho está en un proceso de búsqueda de luz en su vida, ante una situación que desborda por completo su realidad existencial. No sé lo que voy a hacer. Y, en ese momento aparece un horizonte de luz en su vida. Se presenta Jesús, trasfigurado. Por eso le ruega que tenga piedad. Y de una forma ráquitica le insinúa que si puede hacer algo. Jesús, entra en acción, para poner a prueba la fe de este hombre. ¿Sí puedo?, basta con que tengas fe. De este modo, el padre comprende la limitación humana y la debilidad de la fe cuando nos vamos encontrando los obstáculos en lo ordinario de la vida. Ahora, se hace más honda y profunda la fe del padre, que se manifiesta como un grito. Soy consciente de que creo, pero en más de una ocasión me desborda la vida con sus contrariedades. ¡Ayúdame!
Oración de súplica, que sale de la pureza del corazón de este padre desesperado: Ayúdame, tú que eres la resurrección y la vida. Así sucede el milagro. Ahora Jesús actúa, se acerca al muchacho y lo levantó, o lo transfiguró, mediante la fuerza del Espíritu Santo fue capaz de generar en el muchacho algo que antes no podía pronunciar: «Palabra». (Curioso detalle, como en el Génesis, el Padre Creador, pronunció y existió). Así, en privado, va a explicar Jesús, el milagro: «oración», relación de intimidad con aquel que nos ama para cambiar nuestra vida. Abrazar la fe en un Dios que nos ama y dibuja un horizonte nuevo cada día con su «Palabra».