En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo.
Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Le pidieron un signo del cielo
La envidia es aquello que se siembra en el corazón por falta de logros personales...algunas veces se maquilla de amabilidad, se pone perfume de cortesía y sale a la calle disfrazada de Buena Voluntad. Es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual. El envidioso se molesta ante la satisfacción ajena. Solamente se siente tranquilo al contemplar la miseria de otros. Por lo tanto, es estéril todo empeño en satisfacerlo. La envidia no siempre es lo material, a veces la gente siente celos por tu personalidad, tu espíritu, tu esfuerzo, tu risa, tus ganas de salir adelante, tu alegría. Cuando una persona progresa, alégrate de sus frutos y verás como mañana con esfuerzo y sin envidia, conseguirás el doble.
Caín mata por envidia a su hermano. Siete veces, para que no se nos olvide, repite el texto como una letanía la palabra HERMANO. Tener un hermano es sentir que alguien comparte nuestra misma raíz, descubrir la misma sangre en otro y disfrutar de lo distinto, para dar riqueza a un mismo hogar, Caín se da cuenta que es distinto a su hermano Abel, en edad, en oficio y en ofrenda a Dios. Ese sentimiento de frustración llena su vida de amargura, camina abatido, no comparte la diferencia y abre la puerta a los pensamientos que enfurecen a los envidiosos. Caín se hace ruin y se olvida de la unión inmensa con Abel. No lo ve, ni lo vive, ni lo siente como hermano. Entonces busca el lugar de los cobardes, la estrategia de los recelosos, confiando en que el otro no puede ni imaginar lo que es capaz un corazón lleno de celos y envidia.
El primer crimen de la humanidad se ejecuta por no aceptar las diferencias. Pudo más el orgullo y la ambición que la realidad de ser hermanos. Y resuena la pregunta estremecedora de un Dios dolido en busca de un hijo sin vida a manos de un hermano, que a tenor de la respuesta, no le importa la fraternidad ni se considera guardián de nadie. Que tristeza desentenderse por envidia de un hermano.
Muchos creen que sólo queda esconderse, vivir errante tras el lamento de una conciencia señalada por la marca de Caín. Vagar con el eco del salmista que nos habla de un Señor que no se calla, que no es como nosotros. que nos echa en cara nuestra falta de lealtad. Pero hay otros que, aún con esa señal, a la espera de la misericordia no cesan de ofrecer un sacrificio de alabanza. Aprenden de los errores y aceptan que en la diferencia está la riqueza y que hay que romper la espiral de violencia respetando la vida y la dignidad de cada persona.
Mientras los fariseos pierden el tiempo en discutir pidiendo signos en el cielo, Jesús suspira profundamente. Por muchos signos que vean ya están predispuestos a no creer. Marcha a la otra orilla buscando corazones nobles, limpios, acogedores de los signos nuevos del Reino. Con quienes tientan a Dios, mejor responder con claridad y sin engaños. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Jesús dejaba huellas de cielo en quienes se cruzaron en su camino, signos de la presencia misma de Dios en él y en su Palabra. Cada día derramaba la abundancia divina en quienes se ofrecían para hacer la voluntad del Padre.
Hoy nos interpela esta palabra. Uno de los grandes males que nos azota y que late detrás de tantas situaciones de injusticia es el corazón envidioso del hombre. La envidia es calumniar, difamar, juzgar, traicionar...matar la dignidad del otro, del hermano. También es un mal entre los seguidores de Jesús que provoca heridas y deja cicatrices. Un cristiano envidioso es un antitestimonio pues su vida está muy alejada del Evangelio. De igual manera que la de aquellos que aún siguen pidiendo signos para creer. Dichosos los que crean sin haber visto.