Es palabra
del Señor
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   Marcos
  nos narra el martirio de Juan el Bautista presentándonos
  varios personajes: Jesús cuya fama iba creciendo y que no
  dejaba indiferente a nadie, formándose cada cual una opinión sobre su
  persona.   Herodes veía en él a Juan a quien había mandado
  asesinar vilmente por cobardía al no querer enfrentarse a su ilegítima esposa
  con la que Juan  decía que no le era lícito estar por ser la mujer de su
  hermano.    Juan
  no era la luz, sino testigo y precursor de la luz. Predicaba la justicia, la
  conversión, la santidad, la verdad, la vuelta de los corazones y de las
  actitudes hacia Dios y Herodías no soportaba que un pobre
  harapiento le echase en cara su pecado, su no obrar bien… Herodes,
  nos dice el evangelista, a pesar de estar viviendo fuera de la Ley de Dios,
  respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo. ¿Qué pasó pues
  para que dejando a un lado su aprecio por Juan ordenara matarlo?  Todo
  indica que en el fondo era un hombre preso de sus bajos instintos, débil, y
  los  respetos humanos le pudieron, al no querer quedar mal ante
  sus  súbditos y convidados,  por un juramento insensato e
  irreflexivo a una joven; prefirió quedar bien ante los hombres  y ante
  una astuta mujer, antes que respetar la vida de un ser humano bueno, fiel y
  leal a Dios que todo lo ve…   ¿De
  qué le sirvió escuchar con gusto a Juan si lo traicionó de esta manera tan
  cobarde…?  Herodes no fue fiel a su conciencia. Se traicionó a sí mismo,
  por quedar bien ante los demás y esta incoherencia le persiguió toda su vida. A
  veces, también nosotros podemos ceder ante el qué dirán y ser injustos e
  infieles a nuestros principios más sagrados… Oremos
  para que el Señor nos conceda un corazón leal, justo, fiel y un obrar
  coherente. Jesús
  anunciaba en otro lugar “no todo el que dice Señor, Señor, sino el que hace
  la voluntad de mi Padre, ese entrará en el reino de los cielos”.  |