Es palabra de Dios
REFLEXION
No son raros ni demasiado lejanos los ejemplos
concretos a los que nos remite este Evangelio. Personas y momentos de nuestras
vidas que encontramos vacíos, a pesar de tenerlo todo a los ojos del mundo y de
la sociedad o, incluso, después de haber logrado algo que llevábamos tiempo
anhelando; y nos preguntamos: ¿qué me falta que no soy feliz? El hastío
existencial se expresa en esa angustiosa pregunta: ¿de qué sirve?; y todo a
nuestro alrededor parece perder el color.
Jesús habla con claridad y nos obliga a
posicionarnos, a repensar nuestras actitudes y poner nuestra vida en
consonancia con nuestra fe, con nuestra adhesión a Él y a su Evangelio. No se
puede estar entre dos aguas. Pero dice aún más, nos da una clave: «Quien quiera
salvar su vida, la perderá”. Y esto, ¿por qué? Porque hemos sido creados para
entregar la vida. Este es el sentido de nuestra vida: darla. Por eso,
reservándonos no hacemos otra cosa que traicionar la razón por la que estamos
aquí. Guardándonos y encerrándonos en nosotros mismos traicionamos a Dios que
nos exhorta al amor, pero –y conviene no olvidarlo- con Él, nos traicionamos a
nosotros mismos, truncamos el sentido de nuestro ser, nos hacemos infelices.
Jesús nos está invitando a seguirle y eso significa asumir el riesgo de una
existencia que no se reserva, que se da, como se dio él, en la certeza de que
es más fuerte el amor que la muerte; que la cruz, que no niega y que nos invita
a cargar como él cargó, no tiene la última palabra y es una cruz gloriosa, que
nos lleva a la vida; que este Jesús muerto en cruz es el Cristo resucitado.
Solo así podemos acoger esta invitación a perder nuestras vidas, con la
confianza de que no es un suicidio absurdo ni masoquista, sino que tiene una
perspectiva que es de vida, de dar fruto, como el grano de trigo. «El que
pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará». No porque ganemos con
nuestros méritos la salvación prometida, sino porque acogemos así la salvación
para la que hemos sido creados, realizamos en nosotros el plan que da sentido a
nuestra existencia o, mejor dicho, nos abrimos al proyecto de amor para el que
Dios nos pensó.