Es palabra de Dios
REFLEXION
Hoy la
liturgia, y muy concretamente el evangelio, nos ofrece uno de los textos más
impresionantes de la historia de la humanidad, por el que muchos han dado su
vida y por el que otros han detestado al cristianismo y a Jesús de Nazaret. El
texto de las bienaventuranzas de Lucas es escueto, dialéctico, radical. Pero en
el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los
desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de
los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de
la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su
palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire
libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.
Es un
discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis
cristiana, como Mateo lo hizo con el sermón de la montaña (5-7). Entre uno y
otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece
las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones,
viene del hebreo hôy y en latín se expresa con vae: un grito de dolor, de
lamento, un grito profético) como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra
diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro
bienaventuranzas. Sobre su significado se han escrito cientos de libros y
aportaciones muy técnicas. ¿Son todas inútiles? ¡No!, a pesar de que sintamos
la tentación de simplificar y de ir a lo más concreto. No debemos entrar, pues,
en la discusión de si las “malaventuranzas” o lamentaciones son palabras
auténticas de Jesús o de los profetas itinerantes cristianos que predicaban con
esta radicalidad tan genuina. Hay opiniones muy diversas al respecto. Ahora
están en el evangelio y deben interpretarse a la luz de lo que Lucas quiere
trasmitir a su comunidad.
Jesús
hablaba así, casi como las escuchamos hoy en el texto de Lucas, más directo y
menos recargado que el de Mateo. Jesús habló así al pueblo, a la gente: Jesús
piensa y vive desde el mundo de los pobres y piensa y vive desde ese mundo para
liberarlos. El pobre es ´ebîôn/´anaâw en hebreo; ptôchos en griego, pauper en
latín: se trata de quien no tiene alimento, casa y libertad y en el AT es el
que apela a Dios como único defensor. Así debemos entender la primera
aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es
una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los
perseguidos por la justicia, donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no
quiere, ni puede revelarse en el mundo de los ricos, de poder, de la ignominia.
El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser
pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que
si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los
poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Las
lamentaciones, pues, significan que no intentemos o pretendamos encontrar a
Dios en las riquezas, en el poder, en el dominio, en la corrupción; allí
solamente encontraremos ídolos de muerte.
La teología
de la liberación ha sabido expresar estas vivencias para dar esperanza a los
pobres del Tercer Mundo. Y la verdad es que la fe más evangélica la viven los
pobres que creen; los pueblos más ricos y poderosos están más
descristianizados. Es el mundo de los pobres y de las miserias, el que más
espera en Jesucristo; en el mundo de los poderosos habita un gran vacío. El
evangelio de Lucas hoy, pues, nos propone dos horizontes: un horizonte de vida
y un horizonte de muerte. ¿Dónde encontrar a Dios? Todos lo sabemos, porque la
equivocación radical sería buscarlo donde El ha dicho que no lo encontraremos.
El texto de Jeremías es suficientemente explícito al respecto: ¿como podría
crecer un árbol de vida en el mundo de las lamentaciones?.
La luz no es
lo que se ve, pero es aquello que produce el milagro para que veamos. Y las
bienaventuranzas de Jesús son la luz de su predicación del Reino. Con las
bienaventuranzas se hará posible ver a Dios; desde el mundo de las
lamentaciones nunca encontraremos al Dios verdadero, aunque Él no rechace a
nadie. El mundo de las bienaventuranzas nos impulsa a confiar en un Dios que ha
resucitado a Jesús de entre los muertos y, por eso mismo, a cada uno de
nosotros nos resucita y resucitará. Pero a ese Dios ya sabemos dónde debemos
buscarlo: no en la ignominia del poder de este mundo, sino en el mundo de los
pobres, de los que lloran, de los afligidos y de los que son perseguidos a
causa de la justicia: ahí es donde está el Dios de vida, el Dios de la
resurrección. Y esto es así, porque Dios ha hecho su opción, y un Dios con
corazón solamente puede aparecer donde está la vida y el amor.
Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)