Es
palabra del Señor
REFLEXION
El evangelio
nos relata la vocación de Pedro en un pasaje propio de Lucas, distinto de la
vocación de los primeros discípulos narrada por Mc 1,16-20; está más próximo de
Jn 21,1-11 sobre el momento de las experiencias que tuvieron los apóstoles
después de la resurrección de Jesús. Los inconvenientes que Pedro pone a salir
a pescar con Jesús y echar las redes en el agua tienen cierto parecido con la
objeción de Isaías para desempeñar la misión de profeta. Han estado toda la
noche y no han encontrado nada; ahora, casi de día, es más difícil aún, los
peces no acuden. Pero en este caso van con Jesús, con el Señor que trae la
Palabra viva de Dios. Es eso lo que les hará dejarlo todo para seguirle;
dejarán incluso la pesca milagrosa que han recogido para emprender una misión
nueva, para pescar a los hombres en el mar de la vida y anunciarles la
salvación de Dios.
Ciertos
detalles del texto son dignos de mención: Jesús está en el lago, y la
muchedumbre acude para escuchar la “palabra de Dios” (logos tou theou, que es
una expresión que es frecuente en la obra de Lucas: 8,11.21; 11,28, Hch 4,31;
6,2.7; 8,14; 11,1; 13,5.7.44.46; 16,32; 17,13; 18,11). Pero esa palabra de
Dios, se va a convertir es una fuerza transformadora que haga que Simón y los
hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, tengan que dejar de ser pescadores, que
estaban asociados (koinoi) en el lago, para seguir a Jesús como “pescadores de
hombres”. Lo extraordinario de la pesca también tiene su significado,
especialmente porque no era la hora de pescar, por la noche, sino a la luz del
día. La orden de Jesús, su palabra, hace posible lo que no es normal. Así
sucede, pues, con el evangelio que trasforma el miedo en alegría. Pedro se
confiesa pecador, indigno, como los profetas. Pero eso no importa… lo
importante es seguir a Jesús.
Por lo
mismo, en todas las lecturas, vemos cómo se impone la Palabra de Dios, Dios
mismo, Jesucristo resucitado, en la vida de todos aquellos que deben colaborar
en el proyecto salvífico sobre este mundo y transforma la existencia de cada
uno. La Palabra de Dios tiene una eficacia que motiva la respuesta de Isaías,
de Pedro y los apóstoles y de Pablo. No eran santos, sino pecadores y alejados
de la “santidad divina”. La Palabra, Jesucristo, su evangelio, se impone en
nuestra vida, pero no nos agrede: nos interpela, nos envuelve misteriosamente,
nos renueva, cambia los horizontes de nuestra existencia y nos lleva a
colaborar en la misión profética del evangelio, que es la misión fundamental de
la Iglesia en el mundo. Si al principio dan un poco de miedo las respuestas,
estas se hacen radicales, porque no es necesario ser santo o perfecto para
colaborar con Dios. Hace falta prestarle nuestra voz, nuestro trabajo y todo
será distinto. Se nos propone una vida nueva, en perspectiva de futuro, sin
cálculos...y todo cambiará, como cambiaron Isaías y como cambiaron Pedro y
Pablo. No somos santos, no somos perfectos ¿cómo podremos? Cuando aprendemos a
fiarnos de Jesús y de su evangelio; cuando queremos salir de nuestros límites,
la Palabra de Dios es más eficaz que nuestras propias razones para no echar las
redes en el agua, en la vida, en la familia, entre los amigos, en el trabajo...
y seremos profetas, y seremos pescadores.