Es
palabra de Dios
REFLEXION
Ningún lenguaje puede expresar el poder, la
belleza, el heroísmo y la majestuosidad del amor de una madre. Cinco letras
donde se encierra el desconocer que existe la distancia, el imposible o el
obstáculo. Es el único verdadero, sincero y sin final. Es el único sin
condiciones, sin peros, ni intereses…el único que sobrevive al tiempo y que no
lo mata el desprecio, ni el olvido.
Nuestro relato emana de principio a fin ese sincero
amor materno. Sobre ella no sabemos casi nada. Sólo que era fenicia, una
pagana, con una hija endemoniada. Lo que más amaba en el mundo vivía un
sufrimiento atroz. Para ella no había fronteras, ni idioma, ni tradición, ni
leyes, ni distinción entre judíos y gentiles. Su necesidad imperiosa va más
allá de todo condicionamiento humano. Su vida se pierde en la búsqueda
desesperada de quien a oído que puede ayudarla. Ni siquiera se plantea ser una
gentil frente a un judío. Saca fuerzas maternas y salva todos los
inconvenientes para conseguir su objetivo.
La escena es fácil de imaginar. Jesús que la ve
acercarse insistente y constante en sus ruegos. La mujer sobrecogida por el
encuentro se echa a los pies de alguien en quien, al margen del dolor, tenía
una fe sólida. Su intuición de madre, los testimonios sobre él, habían hecho
germinar en su corazón la certeza del Salvador. Una intercesión así, tan
auténtica, no había de quedar sin respuesta.
Era el momento donde se tenía que derribar el muro
de la exclusividad, dar un vuelco a la historia entre el pueblo de Israel y sus
vecinos y a la propia Ley. Nunca fue el deseo de Dios que sus bendiciones
quedarán limitadas sólo a los judíos. En el trasfondo del relato se anticipa el
deseo del corazón del Señor de bendecir a los gentiles por el Evangelio.
Descorazonadora la respuesta de Jesús. Los “hijos”
eran los que estaban sentados a la mesa y tenían el privilegio. Los “perrillos”
gentiles aún no estaban admitidos a compartir la comida. Pero ni siquiera la
reflexión tan clasista pudo con el deseo intenso de la petición. La mujer
entendió, sin quejas, la posición de precedencia que el pueblo judío tenía
según las promesas de Dios. Tras las palabras de Jesús siguió viendo una puerta
abierta para volver a presentar su súplica a favor de su hija. La mujer
suplicaba por unas migajas de pan, mientras los judíos rechazaban al mismo pan
bajado del cielo. Una mujer pagana logra entender que, unas migajas de ese pan
pueden satisfacer todas sus necesidades espirituales.
Fue la fe quién logró eliminar todas las barreras
para llegar al corazón mismo de Dios. Con una plena confianza en la palabra del
Señor, regresó a su casa. Cuando llegó, comprobó que efectivamente una migaja
de la mesa del Señor había sido suficiente para curarse a sí misma y a su hija.
Aún en sus manos estaban intactos los recuerdos de los pies donde se aferró con
toda el alma.
Si una mujer pagana usó el poco conocimiento que
tenía del Señor con tanto resultado, ¿cuánto más se requiere de nosotros que
hemos recibido privilegios mayores?