Es
palabra del Señor
REFLEXION
Celebramos
hoy la presentación de Jesús en el templo. Los sacerdotes del templo no cayeron
en la cuenta de quién era. Dos ancianos creyentes, Simeón y Ana, le
reconocieron y le recibieron con gran emoción.
Dos notas
resaltan en esta fiesta: la alegría y el venidero dolor. La alegría de estos
dos ancianos, que con la ayuda del Espíritu Santo, descubren a Jesús no sólo
como un hombre especial sino como Dios. Ante tal acontecimiento, Simeón, con el
Niño Jesús en sus brazos, estalla de alegría: “Ahora, Señor, según tu
promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu
Salvador”. Y de esa misma alegría goza Ana, que le lleva a hablar del Niño a
“todos los que aguardaban la liberación de Israel”.
Todos los
cristianos disfrutamos de esa alegría. A cada uno de nosotros el mismo Cristo
Jesús ha salido a nuestro encuentro y se nos ha presentado como el Señor y Dios
de nuestra vida, como la Luz que disipa nuestras tinieblas y “la Luz para
alumbrar a las naciones”. Gracias a esta presentación, gracias a este
encuentro, hemos dejado que Jesús dirija y guíe nuestra vida, nuestros pasos,
y, a pesar de los momentos malos, siempre disfrutamos de alegría en la zona
profunda de nuestro corazón.
Pero también
este evangelio nos habla de un futuro dolor. Del dolor de María, cuando vea que
su Hijo, el que es la Luz, el que es la Vida, el que es el mejor Camino para
vivir, sea rechazado por algunos hombres dejando clara la actitud de su
corazón. Un rechazo que le llevó a la muerte en la cruz. “Y a ti una espada te
traspasará el alma”.
Un
sentimiento que todos los cristianos compartimos con María. También a nosotros
se nos rompe el corazón de dolor al ver que muchos de nuestros contemporáneos
rechazan a Jesús. En nuestro trayecto terreno, estos dos sentimientos, alegría
y dolor, nos van a acompañar siempre hasta el día de nuestra muerte y
resurrección en el que Cristo Jesús nos hará disfrutar de su reino de felicidad
total para toda una eternidad.
A estas
alturas de nuestra vida, nos podemos preguntar si seguimos acogiendo a Jesús,
nuestro Salvador, con profunda emoción, y si somos capaces de presentárselo a
los que viven con nosotros.
Fray Manuel
Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)