En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a
vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os
maldicen, orad por los que os calumnian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la
otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A
quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os
traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los
pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen
bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis
cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores,
con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos,
haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y
seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y
desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis
condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una
medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis
se os medirá a vosotros».
Es palabra de Dios
REFLEXION
Este mini-catecismo radical fue muy valorado en el
cristianismo primitivo, hasta el s. II. Se recoge en el Evangelio O (de ahí lo
toma Mateo y Lucas), y algo también en el Evangelio de Tomás y en Didajé. Se ha
dicho que la "regla de oro" es como el elemento práctico que encadena
estos dichos, aunque no sea lo más original ya que tiene buenas raíces judías:
no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti. Lucas, no obstante,
propondrá como fuerza determinante el "sed misericordiosos como Dios es
misericordioso". Algunos especialistas intuyen que estas palabras eran
como catecismo de los profetas itinerantes. No es el momento de discusiones
intrincadas para reconstruir el tenor original de las palabras, de Jesús, tal como
fueron vividas e interpretadas en los dos primeros siglos. Desde luego aquí se
refleja mucho de lo que Jesús pedía a quien le seguía. Su mensaje del reino de
Dios implicaba renuncia al odio, a la violencia y a todo lo que Dios no acepta.
Se trata, junto con las bienaventuranzas, del
centro del mensaje evangélico en su identidad más absolutamente cristiana, en
exigencia más radical, en cuanto expresa lo que es la raíz del evangelio. Y la
raíz es aquello que da vida a una planta; que recoge el "humus de la tierra".
Frecuentemente, cuando se habla de radical se piensa en lo que es muy difícil o
heroico. Si fuera así el cristianismo, entonces estaríamos llamados casi todos
a una experiencia de fracaso. Por el contrario, en las exigencias radicales y
utópicas del sermón es cuando el cristiano sabe y experimenta qué camino ha
elegido verdaderamente. Y no es lo importante la dificultad de llevar todo esto
a la praxis, sino saber identificarse con el proyecto de Jesús, que es el
proyecto de Dios.
Por eso mismo, el amor, incluso a los enemigos; el
renunciar a la violencia cuando existen razones subjetivas e incluso objetivas
para tomar disposiciones de ese tipo es una forma de poner de manifiesto que el
proyecto de evangelio se enraíza en algo fundamental. Nadie ha podido proponer
algo tan utópico, tan desmesurado, como lo que Jesús les propone a hombres y
mujeres que tenían razones para odiar y para emprender un camino de violencia.
La sociedad estaba dominada por el Imperio de Roma, y unas cuantas familias se
apoyaban en ello para dominar entre el pueblo. La pobreza era una situación de
hecho; las leyes se imponían en razón de fuerzas misteriosas y poderosas, de
tradiciones, de castas y grupos. El mensaje de Jesús no debería haber sido
precisamente de amor y perdón, sino de revolución violenta. Y no es que Jesús
no pretendiera una verdadera revolución; su mensaje sobre el reino de Dios
podía sonar en tonos de violencia para muchos. Pero ¿cómo es posible que Jesús
pida a las gentes que amen a los enemigos? Porque el Reino se apoya en la
revolución del amor; así es como el amor del Reino no es romanticismo; así es
como el Reino es radical; así es como el evangelio no es una ideología del
momento, sino mensaje que perdura hasta nuestros días. Jesús quería algo
impresionante, y no precisamente irrealizable a pesar de la condición humana.
Es posible que durante mucho tiempo se haya pensado que la práctica del sermón
de la montaña o del llano no es posible llevarla a cabo en este mundo y se
considere que su utopía nos excusa de realizarlo. Pero utopía no quiere decir
irrealizable, quiere decir que está fuera de la forma común en que nos
comportamos los hombres.
El amor a los enemigos y la renuncia a la violencia
para hacer justicia es lo que Dios hace día y noche con nosotros. Por eso Dios
no tiene enemigos, porque ama sin medida, porque es misericordioso (hace salir
el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos añade Mateo en
este caso para ilustrar su comportamiento). La diferencia con Mateo es que
Lucas no propone "ser perfectos" (que, en el fondo, tiene un matiz
jurídico, propio de la mentalidad demasiado arraigada en preceptos y normas),
sino ser misericordiosos: esa es la forma o el talante para amar incluso a los
enemigos y renunciar a la venganza, a la violencia, a la impiedad. Ser
cristiano, pues, seguidor de Jesús, exige de nosotros no precisamente una
heroicidad, como muchas veces se ha planteado; exige de nosotros, como algo
radical, ser misericordiosos. Así, pues, la propuesta lucana tiene su propia estrategia:
¿cómo amar a los enemigos? ¿cómo renunciar a la venganza dé quien mi enemigo y
me ofende y me hace injusticia? No es cuestión que se imponga porque sí todo
esto como precepto. En la pedagogía de Lucas se expresa así: ser cristiano,
seguidor de Jesús significa ser capaz de amar incluso a los enemigos, requiere
la praxis de "llegar a ser, hacerse, misericordioso, como lo es
Dios".
Fray Miguel de
Burgos Núñez
(1944-2019)