Se aprecia muy bien en las lecturas de este domingo que el Espíritu que habita la Iglesia es el fruto final de la Pascua.
Aparece en la primera lectura guiando a la comunidad cristiana, inspirando el discernimiento y la decisión sobre cuestiones que dividían a los convertidos.
La segunda es una parte de la revelación que recibe el Apóstol Juan sobre la presencia de Dios en la Iglesia, por su Espíritu. La luz de la nueva Jerusalén es el mismo Señor. Nosotros estamos llamados a participar de esa luz a través del Espíritu que recibimos y a compartirla con los demás.
Y el evangelio nos hace ver que quien ama a Jesús cumplirá sus palabras. Esa será la condición para que el Padre envíe al Espíritu Santo en el nombre de Jesucristo y pueda venir y hacer morada en quienes guardan sus palabras.
Dos consecuencias de hacernos morada de Dios son: el Espíritu nos enseñará y nos recordará todo lo que Jesús nos ha dicho; y la paz de Jesús nos ayudará a superar toda inquietud y cobardía.