Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Para un cristiano la ley fundamental es la del Amor: a Dios, a Cristo, a la Santísima Virgen, al hermano, al enemigo, al desconocido... “Ama y haz lo que quieras” dijo San Agustín. “Amaros los unos a los otros como yo os he amado” nos dice Jesús hoy. Y sus palabras resuenan de generación en generación. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo”. Y Cristo nos dijo: “Nadie ama más que el que da la vida por sus amigos”
En este pasaje del Evangelio Jesús trata a sus discípulos como amigos y les habla del amor. Es un pasaje íntimo, sincero, lleno de ternura, de confianza entre ellos. Les habla de la alegría que debe permanecer entre todos y esa alegría parte del amor que viene del Padre ¿No has experimentado la alegría en tu corazón cuando estás entre amigos, con la familia? Pues más alegre es estar con Cristo, a su lado, siguiendo sus enseñanzas. Y esa alegría supera cualquier dificultad, allana el camino más empinado y nos lleva a la plenitud del Amor de Dios.
Cristo nos ha elegido (tal y como le dice a los apóstoles) para hacernos partícipes de las cosas del Padre, para ponernos en comunicación con Dios y no podemos renunciar a esa invitación. Pero sobre todo: estamos obligados al mandamiento con el que Jesús concluye este pasaje: “Amaros los unos a los otros”. Si lo cumpliéramos de corazón, si lo hiciéramos nuestro, el mundo sería muy distinto. Vivimos tiempos muy difíciles (guerras, migraciones, hambre, incertidumbre…) y nosotros tenemos la obligación de aportar nuestro grano de arena: la alegría del amor de Dios, nuestro amor a semejanza del que Cristo nos tuvo hasta en la hora de la Cruz. Si amáramos sinceramente el mundo sería mejor.