En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado».
Es palabra del Señor
REFLEXION
El evangelio de Juan nos sitúa en la primera parte de los discursos de despedida que tienen lugar en la cena (13-17). Tras el lavatorio de los pies, el Maestro ocupa de nuevo su lugar en la mesa entre los discípulos para dirigirle unas palabras. Comienza con una primera sentencia sobre el criado y el amo, o el enviado y aquel que lo envía. Al primero le toca llevar a cabo las acciones que ha visto en el segundo. El Maestro llama dichosos a quienes hagan ese gesto de servicio que Jesús ha realizado, la llamada “revolución de la toalla”. La dicha no está en el poder o el lujo, en la fama o el dinero; la felicidad del seguidor de Jesús está en la gran oportunidad de servir a los hermanos y hermanas, de hacer del servicio el iter vitae. En este sentido hemos de cuestionarnos ¿nosotros seguidores de Jesús nos creemos esta bienaventuranza?
El texto del evangelio termina con otra sentencia de Jesús sobre la llamada cadena del envío: “el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado”. Los verbos de la sentencia marcan una cadena de relación ascendente: discípulos-Jesús-Padre. Quien recibe a los enviados de Jesús, recibe al mismo Jesús, y quien recibe a Jesús, recibe al Padre.
Con los mensajeros viene Jesús, y como Él es el enviado del Padre, con Jesús viene también el Padre. Jesús y Dios llegan a los seres humanos a través de las palabras y los gestos de sus mensajeros. Así, quienes dan la bienvenida a los enviados de Jesús, acogen el mensaje del Maestro y la Palabra del mismo Dios. El predicador de la Buena Nueva por tanto ni va por iniciativa propia ni proclama su palabra; ha sido llamado por “Otro” para anunciar su mensaje. ¿Soy consciente en mi misión que no voy en nombre propio sino en el nombre del Señor o a veces asumo el papel de protagonista?