EL primer día de la semana, María la Magdalena fue
al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del
sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien
Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos,
pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al
sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos
tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos,
sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al
sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar
de entre los muertos.
REFLEXION:
Es bien llamativo que el Resucitado elija a unas mujeres para su
primera aparición. Anoche en la Vigilia, la versión de san Marcos nos hablaba
de unas cuantas mujeres camino del sepulcro. Y hoy Juan nos presenta la
aparición a María Magdalena. El caso es que el Resucitado no se ha presentado
ni a Pilato para darle un tirón de orejas por
irresponsable y corrupto. Ni mucho menos al gran César de
Roma. Tampoco al todopoderoso Sanhedrín o a las
autoridades del Templo, que lo habían condenado en Nombre de Dios y su sagrada
Ley. Ni siquiera a aquellos Doce discípulos «varones»
con los que tanto tiempo había pasado. Fue como una pequeña broma del
Resucitado.
Las mujeres, que en aquella época de la sociedad
judía, no pintaban nada, no contaban para nada, tenían al menos dos
cosas a su favor: querían a Jesús con toda su alma.
Tanto, que se pusieron en camino sin preocuparse de pedir que las acompañara
algún hombre para retirar la enorme piedra a la entrada del sepulcro. Y lo
segundo: no tienen miedo de dar la cara, de que otros se
enteren de que ellas sí le conocían, que sí habían estado con él, y aun muerto
y despreciado, siguen queriéndole. Valentía y amor.
Después de ellas, poco a poco, los discípulos y
demás apóstoles irán teniendo experiencias parecidas. Pero no penséis que la
experiencia de resurrección fue de golpe y porrazo, todos a la vez, todos el
mismo día. Ni tampoco creyeron todos inmediatamente. La versión de Juan dice
que el discípulo amado «vio y creyó», pero de Pedro no lo dice.
La tumba vacía no fue suficiente para él.
La resurrección de Jesús significa que sólo una vida
planteada, vivida y ofrecida/entregada desde el amor... tiene sentido,
es más poderosa que la muerte. Y por tanto, no es indiferente cómo sea el
estilo de vida personal de cada uno. Hay vidas que se «pierden», se
desperdician, se condenan. Y otras que están en las manos de Dios, Señor de la
Historia y de la Vida, para ser llevadas a la plenitud («Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu»).
El sepulcro vacío y la ausencia del cadáver del
Maestro... no demuestran nada. Los primeros «remisos» en creer que el Señor
estaba vivo fueron los propios discípulos. Lo que les contasen las mujeres (y
sobre todo ellas) u otros ttestigos... no era suficiente. La fe no es creer lo
que otros han vivido, o nos han contado, sino tener nuestra PROPIA
EXPERIENCIA PERSONAL, habernos encontrado con él, experimentar que está
vivo y me salva. Este el centro de nuestra fe.
Os
decía antes que la experiencia de que Cristo había resucitado fue poco a poco.
Y también los apóstoles fueron cambiando, haciéndose hombres nuevos, poco a
poco. Por eso la Iglesia celebra este día de Pascua durante 50 días,
como diciendo: ya irás resucitando. Y aún más: el último empujón
resucitador, el que abrirá nuestras puertas cerradas, nuestros
corazones de piedra nos lo dará el Espíritu del Resucitado, el Espíritu Santo.
Por eso: oremos con
insistencia durante todo este tiempo pascual, deseando resucitar, deseando que
el Señor nos resucite (no es cosa de nuestra voluntad) y repitamos a
menudo: ¡Ven, Espíritu Santo! Una de las mejores
oraciones posibles.
Quique Martínez de la Lama-Noriega,
cmf