En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús:
«¿Y qué signo haces tú, para que veamos y
creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el
desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”».
Jesús les replicó: «En verdad, en verdad os
digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os
da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y
da vida al mundo».
Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de
este pan».
Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El
que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».
Palabra del Señor
REFLEXION
Escuchamos hoy en el Evangelio, el inicio del discurso del Pan
de Vida. Jesús les hacía ver que hay otro alimento, el verdadero Pan de Vida;
en el Evangelio de hoy, aprovechando la petición de un signo como el del pan
llovido del cielo en el desierto, Jesús empieza a explicarles que Él es, en
persona, el verdadero Pan del Cielo, el que da la Vida eterna, el que el Padre
ha regalado a la humanidad para que tengamos la verdadera Vida.
Nuestra vida en este mundo es limitada, efímera, sometida al
mal, al pecado, a la muerte. Y no podemos por nosotros mismos salvarnos. Sin
embargo, por puro amor Dios Padre ha querido enviarnos a su Hijo para darnos
Vida nueva. Por la Encarnación, Jesús es uno de nosotros, con todas las
consecuencias: el Hijo de Dios hace suya la pequeñez, limitación y temporalidad
de nuestra vida. Por amor, acabará entregando su vida a la muerte en una Cruz;
muerte de la que Dios mismo le levantará, Resucitado. Jesús, Hijo de Dios,
muerto por nosotros, ha resucitado, y así nos ofrece la Vida Nueva, Resucitada.
Quien quiera aceptarla, quien quiera comer de ese Pan de Vida que el Señor es,
tendrá en sí Vida Nueva…
Acoger al Señor en el corazón, confiar en Él, comenzar a vivir
desde Él, escuchándole y viviendo conforme nos enseñó, construir así Mundo
Nuevo, el Reino de Dios, … Nada de ello es posible si no nos alimentamos de esa
Vida Nueva que Él nos regala, del Pan de Vida que es Él mismo, en persona. Y
por eso, no hay Sacramento más significativo que la Eucaristía.
San Esteban, como aquellos primeros cristianos, dejaron que el
Espíritu de Jesús les cambiara el corazón y la vida. Alimentados así con el Pan
de la Vida Nueva, comenzaron a amar y a servir anunciando la Buena Nueva de la
Resurrección del Señor, sin que nada ni nadie les detuviera. Incluso hasta dar
la vida por Él.
“Danos siempre de este Pan, Señor”.
Javier Goñi (fjgoni@hotmail.com)