En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había
pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando se
presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros.»
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un
fantasma.
Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué
surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en
persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos,
como veis que yo tengo.»
Dicho esto, les mostró las manos y los pies.
Y como no acababan de creer por la alegría, y
seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo que comer?»
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo
tomó y comió delante de ellos.
Y les dijo: «Esto es lo que os decía mientras
estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas
y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.»
Entonces les abrió el entendimiento para
comprender las Escrituras.
Y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías
padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se
predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos,
comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.»
Palabra del Señor
REFLEXION:
El texto evangélico
de este domingo nos presenta a los discípulos llenos de dudas, ante la
repentina presencia de Jesús resucitado ."Pero Jesús les dijo: –¿Por
qué estáis asustados? ¿Por qué tenéis estas dudas en vuestro corazón? ... Les
enseñó las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de
creerlo...". Parece que Jesús se asombra ante la reacción de
sus amigos.
Ante esta pregunta de Jesús, muchos hombres y mujeres de hoy desplegarían
una larga lista de motivos para dudar, para no terminar de creer. La situación
sanitaria que estamos pasando ha servido para que algunos profundicen, retomen,
fortalezcan y renueven su fe. Pero también se han multiplicado los hermanos que
se han ido llenando de dudas, o dicen estar perdiendo la fe, como consecuencia
de su desconcierto ante la falta de respuesta de Dios, o por haberse alejado
temporalmente de la práctica religiosa... y no saber cómo recuperarla, e
incluso... si realmente la necesitan para algo.
Ciertamente que ya pasaron los tiempos de «creer a ciegas». El haber
sentado en un trono a la razón y la ciencia, y el no ser ya (si es que alguna
vez lo fue) la fe algo generalizado en el ambiente social, e incluso que se
mire con recelo, sospecha y hasta rechazo a quienes se dicen llamar
creyentes... El haber confundido las prácticas religiosas y las tradiciones
sociales con la auténtica fe... han puesto las cosas más difíciles a eso de ser
creyentes.
Por eso, lo primero
podemos afirmar que la fe no es nunca una certeza absoluta. Que lo
normal es tener dudas. Nadie, que de verdad se haya arriesgado a creer,
puede decir que alguna vez no lo han sorprendido las dudas frente a las
verdades que confiesa y y que han formado parte de su vida. Según vamos
avanzando en la vida y vamos acumulando experiencias, aparecen unas dudas y
otras. La biografía de grandes creyentes de nuestra historia así nos lo
muestran. Recordemos cómo San Juan de la Cruz hablaba de la "noche oscura
del alma". O cómo Madre Teresa de Calcuta confesaba haber tenido dudas
terribles durante muchísimos años. O Unamuno (entre otros muchos) en permanente
lucha entre el creer y el no creer, que dejar como epitafio : «Méteme Padre
eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del
duro bregar. Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo».
Las
dudas no se pueden confundir con la falta de fe. La acompañan y empujan a
madurar y buscar. Sólo quien duda, avanza. No pocas veces el problema está más
bien en nuestras falsas ideas y expectativas sobre Dios. Como los de Emaús es
que «nosotros esperábamos, creíamos...» y resulta que la cosa se
les había quedado en nada.
Lucas insiste en que no podemos
«entender» a Jesús si desconocemos las Escrituras. No se trata sólo (aunque
también ayuda) de tener unos mínimos conocimientos de su lectura e
interpretación (esta es tarea pendiente de buena parte de los cristianos). Sino
de aprender a poner en relación lo que estamos viviendo con la Palabra escrita.
Aquello que dice tan bellamente un Salmo: «Lámpara es tu Palabra, Señor,
para mis pasos, luz en mi sendero».
Muchos de nosotros
tendremos que seguir creyendo a tientas, entre dudas y búsquedas
permanentes, pero sin asustarnos ni huir de ellas. Y si acaso gritaremos, como
aquel padre que pedía la curación de su hijo:“¡Creo, Señor, pero aumenta
mi fe!” (Mc 9,24).
Quique Martínez de la Lama-Noriega,
cmf