Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del
templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:
«¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si
tú eres el Mesías, dínoslo francamente».
Jesús les respondió:
«Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo
hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis,
porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y
ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y
nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas
las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre
somos uno».
Palabra del Señor
El diálogo entre
Jesús y los judíos en el texto del Evangelio (10,22-30) tiene un tono
particular. Los judíos le piden a Jesús que diga con claridad si es o no es el
Mesías. Jesús responde diciendo que ellos no creen porque no escuchan su voz.
¡No escuchan su voz! Sin embargo, se da un diálogo muy intenso y cerrado entre
Jesús y los judíos. ¿Qué significan las palabras de Jesús? Los judíos escuchan,
pero no son capaces de acoger el mensaje de Jesús. Su corazón está cerrado por
los prejuicios que les imposibilitan una comprensión auténtica de su mensaje.
Esto nos les permite llegar a la fe y al conocimiento del misterio de
Jesucristo.
Esto que vale para
los judíos tiene también validez para nosotros hoy. Nuestra fe y la comprensión
del evangelio de Jesús crece en la medida en que escuchamos con sinceridad y
con total apertura de corazón sus palabras. Nos podemos cuestionar si esto se realiza
en nosotros; si escuchamos con atención, prontitud, disponibilidad, si nos
dejamos cuestionar por la voz de Jesús. También hoy tenemos el riesgo de ser
parte de ese grupo hostil a Jesús e incapaces de ponernos en sintonía con su
palabra.
Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.
eagm796@hotmail.com