En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no
tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho,
me habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que
venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Esta es la voluntad del que me ha enviado: que
no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que
ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último
día».
Palabra del Señor
REFLEXION
Conforme se van acumulando años, uno se hace cada vez más
consciente de la caducidad de la vida. Es un gran regalo, sí, y a veces nos
depara grandes alegrías. Pero también llegan dificultades, tristezas, y, con el
tiempo, los achaques de la enfermedad y de la vejez. Y es que esta vida, tan
maravillosa e increíble, es limitada y tiene un final. Esta es la realidad.
Cuando llegan esos signos hay quienes desesperan: ¿para qué vivir cuando ya no
se puede disfrutar de todo? ¿Qué sentido tiene vivir? Hoy día, todo parece
querer convencernos de que lo único que merece la pena es el disfrute “a tope”;
pasarlo bien y punto. ¿No hay nada más? ¿Y cuando ya uno no pueda seguir
disfrutando?
Jesús pasó por esta vida proponiendo otro modo de vivir. Nos
propuso otro sentido para la vida…, y para la muerte. Vivir para amar…; vivir y
morir amando. Así vivió y murió Él: amando hasta el extremo. Y así nos dijo que
viviéramos, dando la vida, entregándola. Así lo entendieron Esteban y los
primeros discípulos, y tras ellos generaciones y generaciones de cristianos
entregados por amor al Evangelio y a los pobres. Sólo quien entrega su vida la
encuentra, nos había enseñado Jesús.
No parece fácil, pero aprender a amar es el único sentido que
tiene esta vida. Y el que va aprendiendo a vivir así, olvidándose de sí y
amando, es el que encuentra el camino hacia la verdadera Vida. Para vivir así
necesitamos ayuda: un alimento y un agua especiales. Sin ellos no podríamos.
Jesús mismo es quien nos los ofrece. Aún más: Él en persona es el Pan de la
verdadera Vida y el Agua Viva. Sólo Él es capaz de alimentar en nosotros esa
Vida Nueva que no tendrá fin.
Y ese es, nos dice hoy Jesús en el Evangelio, el deseo del
Padre: que todo el que le abra su corazón y se deje hacer por su Espíritu viva,
y viva para siempre, amando en plenitud, sin límites; que tenga vida eterna y
que resucite.
Señor, danos siempre de este Pan…
Javier Goñi (fjgoni@hotmail.com)