En aquel tiempo, los
discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a
Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se
presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y
asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y
por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo
mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo
tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no
acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo:
«¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo
tomó y comió delante de ellos.
Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía
estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la
Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces,
abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así
está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al
tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados
a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de
estas cosas».
REFLEXION:
Cristo resucitado saluda a los
discípulos, nuevamente, con el deseo de la paz: «La paz con vosotros» (Lc
24,36). Así disipa los temores y presentimientos que los Apóstoles han
acumulado durante los días de pasión y de soledad.
Él no es un fantasma, es totalmente real, pero, a veces, el miedo en nuestra
vida va tomando cuerpo como si fuese la única realidad. En ocasiones es la
falta de fe y de vida interior lo que va cambiando las cosas: el miedo pasa a
ser la realidad y Cristo se desdibuja de nuestra vida. En cambio, la presencia
de Cristo en la vida del cristiano aleja las dudas, ilumina nuestra existencia,
especialmente los rincones que ninguna explicación humana puede esclarecer. San
Gregorio Nacianceno nos exhorta: «Debiéramos avergonzarnos al prescindir del
saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a salir del mundo. La paz es
un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el
Apóstol a los filipenses: ‘La paz de Dios’; y que es de Dios lo muestra también
cuando dice a los efesios: ‘Él es nuestra paz’».
La resurrección de Cristo es lo que da sentido a todas las vicisitudes y
sentimientos, lo que nos ayuda a recobrar la calma y a serenarnos en las
tinieblas de nuestra vida. Las otras pequeñas luces que encontramos en la vida
sólo tienen sentido en esta Luz.
«Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los
Profetas y en los Salmos acerca de mí...»: nuevamente les «abrió sus
inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,44-45), como ya lo
había hecho con los discípulos de Emaús. También quiere el Señor abrirnos a
nosotros el sentido de las Escrituras para nuestra vida; desea transformar
nuestro pobre corazón en un corazón que sea también ardiente, como el suyo: con
la explicación de la Escritura y la fracción del Pan, la Eucaristía. En otras
palabras: la tarea del cristiano es ir viendo cómo su historia Él la quiere
convertir en historia de salvación.
Rev. D. Joan Carles MONTSERRAT i Pulido