En aquel tiempo, estaba
María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el
sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de
Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué
lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde
le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que
era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella,
pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú te lo has
llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María».
Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní», que quiere decir “Maestro”».
Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde
mis hermanos y diles: ‘Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro
Dios’». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y
que había dicho estas palabras.
REFLEXION
La buena noticia de hoy, de
este martes de la octava de Pascua, supera infinitamente toda bondad ética y
toda fe religiosa en un Jesús admirable, pero, en último término, muerto; y nos
traslada al ámbito de la fe en el Resucitado. Aquel Jesús que, en un primer
momento, dejándola en el nivel de la fe imperfecta, se dirige a la Magdalena
preguntándole: «Mujer, ¿por qué lloras?» (Jn 20,15) y a la cual ella, con ojos
miopes, responde como corresponde a un hortelano que se interesa por su
desazón; aquel Jesús, ahora, en un segundo momento, definitivo, la interpela
con su nombre: «¡María!» y la conmociona hasta el punto de estremecerla de
resurrección y de vida, es decir, de Él mismo, el Resucitado, el Viviente por
siempre. ¿Resultado? Magdalena creyente y Magdalena apóstol: «Fue María Magdalena
y dijo a los discípulos que había visto al Señor» (Jn 20,18).
Hoy no es infrecuente el caso de cristianos que
no ven claro el más allá de esta vida y, pues, que dudan de la resurrección de
Jesús. ¿Me cuento entre ellos? De modo semejante son numerosos los cristianos
que tienen suficiente fe como para seguirle privadamente, pero que temen
proclamarlo apostólicamente. ¿Formo parte de ese grupo? Si fuera así, como
María Magdalena, digámosle: —¡Maestro!, abracémonos a sus pies y vayamos a
encontrar a nuestros hermanos para decirles: —El Señor ha resucitado y le he
visto.
P. Luis PERALTA Hidalgo SDB