En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al
monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos
vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en
el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»
Palabra del Señor
REFLEXION
El día de tu bautizo fuiste inmerso, bañado en Dios. Ser
sumergido en los nombres: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios Trino y Uno,
significa vivir hundido en Dios y también ahogarse en Él y de Él llenarse. En
el Bautismo naces para Dios y es su nombre el que heredas. Esta Consagración
fundamental del Bautismo, según Juan Pablo II, “se confirma oportunamente en la
consagración personal al sacratísimo Corazón de Jesús”. De niños no teníamos ni
el deseo ni la conciencia de entregarnos, esto es algo que adquirimos según
vamos teniendo experiencia de Dios. Ahora sí podemos decirle a Jesús que
queremos ser un instrumento disponible para transmitir su Amor, que queremos
colaborar a su Obra redentora.