En aquel tiempo, dijo Jesús
a sus discípulos:
REFLEXION:
La regla de oro de
la Antigüedad era amar a los demás como a uno mismo. Jesús dice que hay que
amar “como yo os he amado”. El ideal del amor es vivir
como vivió Jesús que llegó a la cima de este amor entregando su vida en la cruz
por todos sin distinción. Esta es la “novedad” –“un
mandamiento nuevo os doy”-. Es un mandamiento típico e inconfundible
que supera toda regla humana. Pero dar la vida no es solo morir por el hermano
si se presenta la ocasión, sino gastar la propia vida para que sean felices los
que viven junto a mí; soportar las malas caras, aceptar los límites del
carácter de los demás, no extrañarse de sus contradicciones ni de sus pecados,
aceptar a mi prójimo tal como es y no tal como debería ser o me gustaría que
fuera, poner al otro por encima de mí mismo, procurar el bien del otro por
encima de mi propio bien. Y esto como valor fundamental de la vida.
Quien vive el
mandamiento del amor como lo vivió Jesús es su verdadero y auténtico
amigo: “vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. Esta
es la verdadera amistad. Esta es la amistad que tenemos que vivir los que nos
llamamos discípulos suyos. Para vivir una amistad así hay que estar muy unido a
Jesús –la vid-. Como dice Santa Teresa de Lisieux: “Cuanto
más unida estoy a él (Jesús) tanto más amo a mis hermanas”.
La práctica del mandamiento nuevo hace nuevo al mundo, lo renueva, lo cambia, lo transforma. La mayor contribución de los cristianos a la sociedad es la vivencia y el testimonio del amor fraterno: “mirad cómo se aman…” decían los que veían cómo vivían los primeros cristianos. Ya dijo Jesús: “un poco de levadura fermenta toda la masa”, y “cuidaos con la levadura de los fariseos”. Lo importante no es que seamos muchos o pocos, sino que seamos santos. Para esto nos eligió Jesús y nos envió al mundo para transformarlo. La misión de los cristianos en el mundo es ser como el alma en el cuerpo: lo vivifica, lo impulsa, lo une, lo renueva continuamente, lo perfecciona… Es una misión callada pero muy eficaz; es una misión sin deslumbrar, pero brillante; es una misión sin apariencia pero imprescindible. Sin alma el cuerpo está muerto; sin el testimonio de los cristianos el mundo va a la deriva.
José Luis Latorre
Misionero Claretiano