En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al
cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo
te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida
eterna a los que le confiaste. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la
tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame
cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo
existiese. He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del
mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora
han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he
comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han
conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y
son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido
glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo,
mientras yo voy a ti.»
Palabra del Señor
REFLEXION:
Después del
«Discurso de despedida» el Evangelio de Juan nos presenta la oración de Jesús
al Padre, conocida como «oración sacerdotal». El contexto de esta oración es
uno de los momentos más solemnes de la vida de Jesús. La pronuncia en la última
cena, inmediatamente después del «Discurso de despedida» e inmediatamente antes
de la pasión. Jesús es consciente de que su misión terrena está llegando al
final. Por eso, Jesús «levantando los ojos al cielo» pide que su misión llegue
a su realización definitiva con su propia glorificación. Pero esta
glorificación que él pide es para glorificar al Padre.
Jesús entregando su
vida en la cruz nos ofrece la salvación que el Padre quiere para toda la
humanidad. Esta gloria de Dios será en definitiva la vida en abundancia de toda
la creación. Esta vida nueva, glorificada, eterna viene del conocimiento de
Dios. Es decir, brota de la comunión de fe y de amor con el Dios de la vida.
Pidamos al Espíritu Santo que nos dé la gracia de conocer con el corazón y
hacer nuestra hoy la gloria de Dios.
Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.
eagm796@hotmail.com