En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la
verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto
lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros
ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en
vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la
vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque
sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el
sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis,
y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante;
así seréis discípulos míos.»
REFLEXION:
No hay sarmientos sin vid: quedan reducidos a unos palos secos, que dicen que son estupendos para asar chuletas o preparar una paella, o calentarse con una buena fogata. Y poco más. Tampoco hay vino sin uvas, en número suficiente. Con una sola uva no hacemos nada. Ni siquiera con un racimo. Por lo tanto: Si nosotros somos los sarmientos, y Cristo es la vid, sin estar unidos a él no podemos hacer nada. Nos quedamos «secos». Y estando unidos a él y al resto de los sarmientos... debiéramos dar frutos suficientes como para poder tener buen vino. La afirmación de Jesús es: «Yo soy la vid, vosotros (en plural) los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis (en plural de nuevo) hacer nada». Es un mensaje referido especialmente a la comunidad de seguidores. Estas sencillas afirmaciones, no necesitan que les demos muchas vueltas: se comprenden muy bien. Otra cosa es que seamos coherentes con ellas.
En cuanto al fruto abundante al que se refiere Jesús (y ya
que él es el grano enterrado que da mucho "fruto")
tiene que ver con una vida entregada, como la suya, y con el Reino... que es
descrito con palabras como «justicia, paz, servicio, misericordia,
compromiso con el pobre, el enfermo, el emigrante..., acogida, libertad,
perdón, fraternidad...». Palabras todas ellas relacionadas y referidas a
los otros. Aunque hay que tener cuidado con las «palabras» porque, como
advierte hoy la carta de Juan: no nos quedemos en las palabras, en las
creencias, en las ideas, en los discursos, en las grandes afirmaciones, no
amemos de «boquilla», sino con obras, con hechos. O sea: dando frutos. «Este
es su mandamientos: «que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos
amemos unos a otros tal como nos lo mandó». Creer en Jesucristo es
amar, amarnos.
Estamos, pues, ante
un punto central: ¿Qué aporta la fe realmente a nuestra vida?¿En qué consiste
para nosotros «tener fe»?
§ La fe no se juega en el terreno de los sentimientos: «Ya no
siento nada... debo estar perdiendo la fe», dicen algunos. No hay duda de que
la fe toca el corazón, se siente, se experimenta, se disfruta, a veces duele...
Pero sería un error reducirla a sentimientos y aún peor a
«sentimentalismo»: tendría fe si me emociono, si se me saltan las lágrimas, si
«siento algo» cuando comulgo, etc. La fe -como el amor auténtico- es una
actitud responsable y razonada, una decisión personal, un compromiso: haya o no
haya sentimientos.
La verdadera fe tiene,
sobre todo, tres grandes pilares, según nos enseñan las lecturas de hoy:
♠ La Palabra de
Jesús, que permanece en nosotros y nos va«limpiando», podando, purificando para
que aumenten los frutos de Amor. «Si mis palabras permanecen en vosotros...». Por
tanto en encuentro frecuente con la Palabra en nuestras celebraciones y en
nuestra vida espiritual.
♠ La Eucaristía, como
el medio excepcional para estar en comunión con él, para recibir su savia. Es
decir: que la Eucaristía es importante y necesaria. Imprescindible. No como
algo obligatorio con lo que «cumplir» los días de precepto, sino como la fuerza
que necesitamos para amar y entregarnos «por Cristo, con él y en él».
«Comulgar» no es simplemente «comer» un trozo de Pan. Sino ir haciendo de mi vida
un «pan» que se parte, se reparte y se entrega, «en memoria suya». Es
identificarme con el Señor, y permitirle que se entregue hoy a través de mí.
♠ Y en tercer lugar
la Comunidad. La comunión con la vid es al mismo tiempo, inseparablemente,
comunión con el resto de los sarmientos. La Eucaristía no es un alimento
privado, para mí, para mi devoción, para mis necesidades individuales, para
hacer yo mis rezos a solas. La Eucaristía es una comida fraterna. Si la
consecuencia de mi «comulgar» no me lleva a implicarme con la comunidad de
hermanos, sino me lleva a sentir la necesidad de caminar con ellos... será otra
cosa distinta a lo que quiso el Señor: «Tomad, comed y sed uno», «Tomad, comed
y amaos como yo», «Tomad, comed y lavaos los pies unos a otros».
Al final, lo que
"permanece" es el Amor, que es lo que nos mantiene vivos.
Quique Martínez de la Lama-Noriega,
cmf