En aquel tiempo, Jesús,
levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, no sólo por ellos
ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que
todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos
la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en
ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa
que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi
deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi
gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre
justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido
que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para
que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos.»
REFLEXION
En la tercera parte
de su «Oración sacerdotal» Jesús extiende el horizonte. Después de haber
suplicado al Padre por él y por la comunidad de discípulos, ahora pide por
todos los que creerán en él (vv. 20-26). Pide al Padre el don de la fe y del
amor para todos los creyentes: «Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo
en tí». La máxima petición de Jesús. La fraternidad es el signo por excelencia
de un cristianismo auténtico.
Esta fraternidad
que Jesús pide no es uniformidad. No se trata de que todos debamos pasar por un
mismo modelo. La fraternidad cristiana es una invitación permanente para saber
integrar las diferencias de los demás, no verlas como una amenaza, sino como
una posibilidad de enriquecimiento mutuo. No es una tarea fácil, es un desafío
constante. Por instinto natural tendemos a asociarnos con personas de nuestra
misma cultura, que hablan nuestra propia lengua o comparten nuestra
sensibilidad. En el peor de los casos tendemos a ver al que es diferente como
un enemigo. Por eso, nuestro mundo está tan dividido, enfrentado, en guerras,
ensangrentado.
Las palabras de
Jesús son claras y asocian la credibilidad del cristianismo a su capacidad de
fomentar la fraternidad. Allí donde los cristianos se esfuerzan en vivir como
hermanos y hermanas, allí donde se tiene como ideal supremo aceptar al otro
como es para crear la unidad, allí donde no se busca sobresalir, imponerse,
competir, relucir, sino que se busca ayudar, comprenderse, apoyarse, allí donde
la misericordia y la compasión son un programa prioritario, allí se ponen las
bases de la recuperación de credibilidad del cristianismo. Con facilidad
olvidamos esta invitación de Jesús a la unidad, que es el signo creíble de su
mensaje.
La fraternidad
cristiana encuentra su fundamento y modelo en la comunión profunda que se
manifiesta en la Trinidad. No es algo que viene impuesto. Es un don que se
recibe y se cultiva. Es un fruto del Espíritu Santo que estamos esperando.
Jesús concluye su oración pidiendo que todos nos amemos en la intimidad del
misterio, donde existe desde siempre la comunión de vida en el amor entre el
Padre y el Hijo. Esta unidad con el Padre, fuente del amor, se realiza en el
creyente por medio de la presencia interior del Espíritu de Jesús.
Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.
eagm796@hotmail.com