Palabra del Señor
REFLEXION
En el Evangelio de hoy le preguntan a Jesús “con qué autoridad” hacía las cosas y “quién le había dado tal autoridad”. Cuando la autoridad nace del cargo que uno ocupa, del poder que tiene, del dinero que posee y de la fama, normalmente esta autoridad se impone y busca el dominio del otro; intenta subyugarlo, controlarlo y tenerlo amarrado. El poder, el dinero y la fama buscan privilegios, e incluso intentan controlar a Dios.
Hay también otra
autoridad que busca la dignificación y la promoción de las personas; su
objetivo es el crecimiento y desarrollo de las personas; y se ejerce en
servicio a los demás sin buscar su propio beneficio personal y social. Es la
autoridad de quien ha comprendido que “mandar es servir” y
la ejerce con amor sin usar la fuerza y buscando convencer más que imponer.
Existe además la
autoridad moral: el propio testimonio de vida. Jesús
decía “si no me creen a Mí, crean a mis obras, pues ellas hablan de
Mi”. Es la autoridad de quien ha hecho de su vida un servicio
desinteresado a los pobres y excluidos, e incluso ha dado su propia vida por su
liberación total. Es la autoridad del testimonio verdadero y nítido de la
persona de bien que se conoce por sus obras, porque “un árbol bueno no
da frutos malos, y un árbol malo no da frutos buenos”.
En este mundo de
las comunicaciones globales qué importantes son los gestos de bondad,
misericordia y amor; producen espontáneamente reacciones y sentimientos
positivos. Ya se dice que “un gesto vale por mil palabras”. Es
la evangelización más convincente porque como decía el Beato Pablo VI “el
mundo de hoy escucha con más gusto a los testigos”. San Pablo decía a los
cristianos de Tesalónica: “ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien”.
Amiga y amigo lector:
nuestra fuerza –autoridad- está en el amor y en hacer
el bien. Ojalá también hoy puedan decir de nosotros, cristianos del siglo XXI,
lo mismo que decían de los cristianos del siglo primero “Mirad cómo se
aman. Hermanos qué tenemos que hacer para ser como ustedes”. El libro del
Eclesiástico decía de los hombres de bien: “Hagamos el elogio de los hombres
de bien…Hay quienes no dejaron recuerdo y acabaron al acabar su vida, fueron
como si no hubieran sido… No así los hombres de bien: su esperanza no se acaba,
sus bienes perduran en su descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos… Su
recuerdo dura por siempre, su caridad no se olvidará” (44, 1.9-13).